Concordia do Livre Arbítrio - Parte VII 8
Parte VII - Sobre a predestinação e a reprovação
Miembro V: ¿Es la previsión del buen uso del libre arbitrio que sigue a la gracia justificante la razón de la predestinación de los adultos? Asimismo, explicaremos qué debemos pensar sobre aquellos que no llegan al uso de razón
1. En este pasaje, Santo Tomás ofrece el parecer de algunos que sostenían que las obras meritorias o la previsión del buen uso del libre arbitrio que puede darse en los adultos una vez que han recibido la gracia primera, son la razón por la que, desde la eternidad, Dios habría querido conferirles la gracia primera y recompensar con la beatitud a aquellos que, según ha previsto, perseverarán en la gracia hasta el final de sus días; en consecuencia, serían la razón por la que Dios habría predestinado a algunos y a los demás ─que, según preveía, no obrarían de este modo por su propia maldad y libertad─, por el contrario, los habría reprobado.
Domingo de Soto (In epistolam D. Pauli ad Romanos commentarii, c. 9) impugna a los defensores de este parecer, como si considerasen que, por una parte, la gracia primera es efecto de las obras que la siguen y que, por otra parte, se confiere a los adultos por sus méritos, aunque futuros, de la misma manera que el incremento de la gracia y de la gloria se confiere por los méritos propios; y esto sería a todas luces erróneo en materia de fe. En efecto, si esa gracia se confiriese por las obras, ya no sería gracia, como explica San Pablo en Romanos, XI, 16. Por esta razón, he considerado superfluo ofrecer otros argumentos para impugnar el parecer que se ofrece en este sentido; además, Soto y otros los ofrecen en abundancia.
Sin embargo, creo que este parecer no debe explicarse de este modo, sino como lo interpreta Santo Tomás en este pasaje, a saber: El buen uso previsto no es un mérito para la gracia antecedente, sino tan sólo una congruidad por la que Dios habría querido entregar su gracia a los que harán un buen uso de ella antes que a aquellos que harán un mal uso en su propio beneficio; del mismo modo, si un rey quisiera entregar gratuitamente caballos a sus soldados y previese quiénes harían un buen uso de ellos y quiénes no, se juzgaría razonable que entregase los caballos a aquellos que harán un buen uso de ellos antes que a los otros. Pues este buen uso de los caballos que el rey prevé por parte de los soldados hace que sea razonable esta desigualdad en la distribución de los dones.
2. Explicado de este modo, este parecer no es menos falso y extraño a las Sagradas Escrituras que el que hemos impugnado en el miembro anterior; los argumentos con que lo hemos impugnado, también refutan este parecer y muestran que es bastante peligroso en materia de fe, por no decir algo más. También podemos ofrecer los siguientes argumentos.
Primero: A menudo Dios confiere la gracia a los réprobos y a aquellos que, acto seguido, la van a perder por caer en pecado mortal sin haber realizado ningún buen uso de ella; pues la gracia del Espíritu Santo, como dice San Ambrosio, no reconoce los esfuerzos tardíos, sino que, en cuanto alguien se dispone suficientemente en virtud del auxilio de Dios ─que nunca falta cuando se quiere aceptar la gracia por medio del sacramento o sin él─, recibe la gracia. Por tanto, la gracia primera no se confiere por la previsión del buen uso que se hará de ella a continuación.
Segundo: San Pablo (Efesios, I, 4) dice: «… por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad»; aquí San Pablo no dice: «porque íbamos a ser santos e inmaculados». Por tanto, Dios no decide desde la eternidad conferirnos la gracia primera o el efecto de la predestinación por la previsión del buen uso que haríamos de ella a continuación, sino para que hagamos este buen uso. En Efesios, II, 8, dice: «Pues de gracia habéis sido salvados por la fe; y esto no se debe a vosotros, sino que es don de Dios; no se debe a las obras, para que nadie se vanaglorie». Por tanto, la previsión de las buenas obras que siguen a la gracia no es la razón de que Dios quiera conferirnos la fe y la gracia. Asimismo, en Tito, III, 5, dice: «No nos salvó por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia»; así atribuye nuestra justificación sólo a su misericordia y no a la previsión de nuestras obras.
Tercero: Dios no previó ningún uso futuro de la gracia ─o un uso muy pequeño─ en el ladrón que fue crucificado al mismo tiempo que Cristo y en muchos otros que, ya moribundos, se convierten a la fe o se hacen bautizar o, por otra razón, resurgen del pecado y son justificados. Por tanto, los adultos no son predestinados, ni recompensados con la gracia, por la previsión del buen uso que harían de la gracia tras recibirla.
3. Con respecto a los predestinados que, con anterioridad a su muerte, no llegan a alcanzar el uso de razón ─en relación a los cuales podemos formular el argumento evidente de que la gracia no se confiere por la previsión del buen uso del libre arbitrio posterior a su recepción─, cuando a algunos ─a quienes San Próspero cita en su Epistola ad Augustinum, que aparece antes del De praedestinatione─ que sostenían con pertinacia que la previsión por parte de Dios del uso del libre arbitrio de cada uno, es la razón de la que depende la predestinación o reprobación, se les objetaba que algunos niños ya bautizados van al cielo sin haber hecho ningún uso del libre arbitrio y que otros, por el contrario, al morir sin ser bautizados, son condenados, respondían que éstos también se salvan o se condenan en función de la cualidad del uso del libre arbitrio que Dios previó que harían, si llegasen al uso de razón.
4. Este error no necesita impugnarse por lo absurdo que es y porque se afirma gratuitamente. No obstante, puede impugnarse, como hacen San Jerónimo (Dialogi adversus pelagianos, lib. 3), San Agustín (Epistola 105 ad Sixtum, hacia el final; Epistola 107 ad Vitalem; De praedestinatione Sanctorum, cap. 12-14) y San Gregorio (Moralia in Job, lib. 27, cap. l 4), en primer lugar, porque de la misma manera que nadie se condena por los deméritos que, según Dios prevé, acumularía, si viviese más tiempo o si se le pusiese en otro orden de cosas o si se le presentasen tentaciones mayores u ocasiones más peligrosas de caer en pecado, permitiéndolo Dios, así también, nadie alcanza el premio o la gracia por los méritos que acumularía, si viviese más tiempo o si se le pusiese en otro orden de cosas o si le ayudasen auxilios más potentes; pues, de este modo, muchos de los que están en el infierno, estarían en el cielo y, por el contrario, muchos de los que han alcanzado la beatitud, sufrirían tormento en el infierno. Por tanto, que algunos niños mueran bautizados y sean justificados y otros no, no se debe a los méritos o deméritos que acumularían, si creciesen, sobre todo porque Dios sabe que si los bautizados llegasen a una o a otra edad con unos o con otros auxilios, morirían en gracia, pero también sabe que si llegasen a una edad más o menos avanzada con unos o con otros auxilios y circunstancias, morirían en pecado mortal. Añádase que, si fuesen justificados o condenados en razón de la cualidad de los méritos o deméritos que acumulasen, entonces también, en función de la cantidad de éstos, alcanzarían un premio y una gracia mayor o un castigo, siendo esto absurdo. En segundo lugar, este error puede impugnarse, porque, como bien argumenta San Agustín, los méritos o deméritos que nunca van a darse, no son méritos, ni deméritos, para que, por ellos, haya de otorgarse con justicia un premio o un castigo; por ello, San Pablo (II Corintios, V, 10) dice: «… puesto que todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que hubiere hecho por el cuerpo, bueno o malo»; de este modo, San Pablo dice que cada uno recibirá según lo que haya hecho «por el cuerpo», es decir, durante el tiempo que vivió en el cuerpo, porque sólo por él hay castigo o premio. También en Mateo, XXIV, 22, leemos: «Si no se acortasen aquellos días, nadie se salvaría; pero esos días se acortarán por amor de los elegidos». En Sabiduría, IV, 11-14, sobre el justo leemos: «Fue arrebatado para que la maldad no pervirtiese su inteligencia y el engaño no extraviase su alma… Pues su alma era grata al Señor; y por eso se dio prisa en sacarle de en medio de la maldad». Por tanto, ni los niños, ni los adultos, reciben la gracia o el castigo en razón de la cualidad del uso que harían de su libre arbitrio, si viviesen más tiempo.