Concordia do Livre Arbítrio - Parte VII 6

Parte VII - Sobre a predestinação e a reprovação

Miembro III: En el que examinamos el parecer de Ambrosio Catarino

1. Para pasar a los pareceres de los católicos, creemos que debemos examinar, antes que ninguno, el parecer de Ambrosio Catarino. En primer lugar, ofrece la siguiente premisa: Dios ha decidido crear a todos los hombres para la vida eterna, de tal manera que querría conferírsela a todos ellos, pero bajo determinadas leyes y condiciones, que dependerían del arbitrio y de la voluntad de los hombres. Por tanto, como, según el testimonio de San Pablo, Dios quiere verdaderamente que todos los hombres alcancen la salvación y para este fin los ha creado a todos ─de tal manera que, si así lo quieren, alcanzarán la salvación─, por ello, les ha provisto de los medios necesarios, para que cada uno de ellos realmente pueda alcanzar este fin y de ellos dependa, si no lo consiguen.
2. En segundo lugar, añade que Dios ─que, como no debe sus dones a nadie, puede distribuirlos como le parezca, sin cometer injusticia con nadie, ni caer en favoritismos─ ha elegido a unos pocos de entre toda la multitud de hombres de los que tiene presciencia, es decir, los ha amado antes que a otros y los ha destinado a la vida eterna haciendo uso de una abundancia tal de dones y de gracia y de una protección especial tan grande que, por la virtud de tales beneficios, no puede suceder que no sean conducidos a la vida eterna, porque los preservará de caer en pecado mortal o, en el caso de que caigan, los levantará para que abandonen esta vida en gracia. Sin embargo, según dice, no por esta razón suprime en ellos el libre arbitrio, ni elimina la razón del mérito, sino que, por el contrario, en virtud de la abundancia de su gracia, lo afirma y fortalece para que realice obras más ilustres y ardorosas, por las que reciba mayor recompensa.
3. Por tanto, según lo que hemos dicho, distribuye toda la multitud de hombres en dos órdenes. Un orden, según Catarino, sería el de aquellos de quienes acabamos de hablar, cuya salvación, según afirma Catarino, sería segura no sólo en virtud de la seguridad de la presciencia por la que Dios prevé quiénes alcanzarán la vida eterna con unos o con otros medios ─a pesar de que también podrían, si así lo quisieran, no alcanzarla─, sino también en virtud de la seguridad de la providencia, en la medida en que no puede suceder que aquellos que han sido fortalecidos con tantas y tan grandes defensas, no alcancen la vida eterna para la que han sido preordenados. Según Catarino, estos son los únicos de quienes se dice en las Sagradas Escrituras que han sido predestinados y con toda seguridad, aunque su número sería pequeño.
4. El otro orden, al que Catarino se refiere como el de «los no predestinados», incluiría el resto de la multitud de hombres y cada uno de ellos podría salvarse, en tanto en cuanto Dios habría provisto a cada uno de ellos, en la medida requerida, de los medios necesarios para la salvación; cada uno de ellos también podría perecer y condenarse por propia voluntad, si se negase a hacer uso de la gracia y de los medios para alcanzar la salvación y, en consecuencia, de hecho muchos se habrían condenado. Pero, según Catarino, no habría reprobación alguna de la vida eterna, salvo aquella que cada uno se procura por sus propios actos.
Como no es verosímil que nadie se salve de entre una multitud tan grande de hombres, de quienes la providencia divina ya se ha cuidado suficientemente confiriéndoles los medios necesarios para alcanzar la vida eterna ─pues la consecución de la misma está en su arbitrio─, sino que, por el contrario, lo más probable es que muchos la alcancen en virtud de la libertad de su arbitrio, según Catarino, hay que afirmar dos cosas. Primera: Muchos de los que se encuentran en el orden de los no predestinados, alcanzan la vida eterna. Segunda: La providencia divina no determina con seguridad su número, en tanto en cuanto los medios que Dios provee a los hombres de este orden para que alcancen la providencia, no son tan grandes, ni tan eficaces, que estos hombres no puedan recusarlos y rechazarlos en virtud de su libertad de arbitrio. Sin embargo, Catarino añade que la presciencia divina conoce su número con seguridad, en la medida en que Dios prevé quiénes, haciendo uso de estos medios, deben terminar sus días estando en gracia y, en consecuencia, alcanzar la felicidad eterna y quiénes van a abusar de estos medios de tal modo que terminen cayendo en la mayor de las miserias.
Este es el parecer que Catarino ofrece en su opúsculo De praedestinatione ad sanctum Concilium Tridentinum. Pues los otros opúsculos que menciona en éste todavía no han llegado a nuestras manos; no obstante, parece que en éstos no enseña lo contrario.
5. Esta opinión, en primer lugar, no nos gusta nada por la siguiente razón: Catarino no incluye en el número de los predestinados a todos los que alcanzan la vida eterna y afirma que las Sagradas Escrituras no se refieren a todos ellos con el nombre de «predestinados», sino tan sólo a aquellos que, suprimida la presciencia divina, con seguridad alcanzarán la salvación en virtud exclusivamente de los medios de los que han sido provistos por voluntad divina.
6. Pero, para empezar por esto último, debemos comenzar diciendo que, bajo el nombre de aquellos a quienes llama «predestinados», no incluye sólo a los que han sido confirmados en la gracia, porque, con respecto a estos predestinados, añade lo siguiente: «Además, decimos que éstos van a alcanzar con toda seguridad la salvación y no puede suceder que no la alcancen, a causa de la gracia excelente de Dios y la protección y asistencia del Espíritu Santo, que los preservará de caer en pecado o, si han caído, los sustraerá y liberará, para que por fin duerman en paz y descansen en el Señor; por otra parte, quienes han sido confirmados en la gracia no incurrirán en pecados mortales de los que deban ser liberados».
7. Además, aunque sólo incluyese a los confirmados en la gracia, ciertamente, eliminada la presciencia por la que Dios prevé con certeza que éstos, en virtud de la libertad de su arbitrio, van a cooperar con la gracia y los auxilios especiales ─con los que Él decide ayudar a cada uno de ellos─ de tal manera que alcancen la vida eterna, su salvación no sería segura. En efecto, aunque cuanto mayores son la gracia y los auxilios tanto más verosímil y probable hacen la salvación de aquel a quien se confieren, sin embargo, nunca eliminan la libertad del arbitrio para no cooperar con los auxilios, si así lo quiere, ni tampoco eliminan nunca en todo hombre justo la alabanza, que también se añade al mérito, de que pudo transgredir y no transgredió y pudo hacer el mal y no lo hizo. Por esta razón, también si hablamos de los medios de la providencia divina con respecto a la beatitud de aquellos de los que decimos que han sido confirmados en la gracia por Dios, la salvación de éstos no es segura exclusivamente por el orden de los medios de la providencia divina ─al igual que tampoco lo es la salvación de cualquier otro que haya sido predestinado de entre los adultos─, sino por la presciencia a través de la cual Dios prevé que, con estos mismos medios, van a alcanzar la vida eterna en virtud de la libertad de su arbitrio. Pues con respecto a cualquier adulto predestinado, siempre resulta verdadero decir que en su potestad está la decisión de extender la mano hacia lo que quiera, ya sea el bien, ya sea el mal.
Todo esto puede demostrarse así: San Pablo se encontraba entre los predestinados que habían sido confirmados en la gracia. Sin embargo, consciente de que en su potestad estaba la decisión de extender su mano hacia lo que quisiera, a saber, hacia la muerte o hacia la vida, en I Corintios, IX, 27, decía de mismo: «... golpeo mi cuerpo y lo esclavizo, no vaya a suceder que, habiendo predicado a los demás, yo mismo sea reprobado». Por todo esto, es evidente que nadie es predestinado de tal modo que su salvación sea segura sólo por el orden de los medios de la providencia divina, como decía Catarino.
8. Además, vamos a demostrar que cuantos alcanzan la vida eterna, han sido predestinados a ella por Dios desde la eternidad y que las Sagradas Escrituras se refieren a ellos bajo el nombre de «predestinados».
En primer lugar: Nadie alcanza la beatitud sólo en virtud de sus fuerzas, sino ayudado por Dios de manera sobrenatural. Pero Dios prevé desde la eternidad que, en el caso de que quiera conferir a cualquiera de ellos los medios por los que deberán alcanzar la beatitud, la alcanzarán. Por tanto, como la voluntad de conferir estos medios no aparece en un momento del tiempo, sino en la eternidad, por ello, con respecto a cualquiera de los que alcancen la vida eterna, Dios habrá tenido la voluntad eterna de conferirles los medios por los que, según ha previsto, cada uno deberá alcanzar la beatitud. Pero la predestinación no es otra cosa que la voluntad de conferir estos medios, como es evidente por la propia definición de predestinación. Por tanto, cuantos alcanzan la vida eterna, han sido predestinados a ella por Dios desde la eternidad.
9. En segundo lugar: Leemos en Romanos, VIII, 29: «Pues a los que conoció de antemano, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos». En este pasaje reciben el nombre de «predestinados» aquellos de los que Dios ha tenido la presciencia de que reproducirán la imagen de Cristo y que, para lograrlo, han recibido los medios por preordenación divina y por ello serán hermanos de Cristo. Pero todos aquellos que alcanzan la vida eterna, reproducen la imagen de Cristo en gracia, santidad y gloria y de ellos Dios ha presabido que serán hermanos de Cristo y los ha predestinado, para que lleguen a serlo gracias a su asistencia y auxilios divinos. Por tanto, todos aquellos a los que se refiere San Pablo en este pasaje, se encuentran en el grupo de los predestinados.
Esto puede demostrarse con el pasaje de Romanos, IX, 23-26: «... a fin de dar a conocer la riqueza de su gloria con las vasijas de misericordia que de antemano había preparado para la gloria: con nosotros, que hemos sido llamados no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles... Como dice también en Oseas: Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo; y amada mía a la que no es mi amada. Y en el lugar mismo en el que se les dijo: No sois mi pueblo, serán llamados: Hijos de Dios». En este pasaje San Pablo denomina claramente a todos los que alcanzan la vida eterna «vasijas de misericordia» preparadas por Dios y, por ello, predestinadas desde la eternidad para la gloria y para alcanzar la vida eterna.
10. En tercer lugar: Leemos en Apocalipsis, XX, 20: «El que no ha sido inscrito en el libro de la vida, ha sido arrojado al lago de fuego»; y quienes alcanzan la vida eterna, no son arrojados al lago de fuego. Por tanto, todos ellos han sido inscritos en el libro de la vida. Pero que alguien esté inscrito en el libro de la vida ─sobre todo cuando se le distingue del condenado o del réprobo, como se hace en este pasaje─ es lo mismo que estar predestinado. Por tanto, cuantos alcanzan la vida eterna, han sido predestinados.
11. Domingo de Soto (In epistolam D. Pauli ad Romanos commentarii, cap. 9) y algunos otros más jóvenes que él impugnan a Catarino, como si éste afirmase que a quienes se condenan Dios no los reprueba antes de que cometan sus pecados en un momento del tiempo. Parece que su impugnación se basa en las siguientes palabras de Catarino: «.. hasta tal punto que ya no hay otra reprobación de la vida eterna excepto aquella que cada uno se ha procurado por sus propios crímenes y pecados». Pretenden refutar a Catarino, porque no hay duda de que Dios odia y quiere excluir del reino celeste o esclavizar a sufrir torturas eternas a todos aquellos que se condenan a causa del pecado original u otros pecados. Por tanto, como el plan de la reprobación divina se cumple por medio de este acto de la voluntad divina y Dios no lo realiza en un momento del tiempo ─y Soto afirma que Catarino admite tal cosa─, pues de no ser así Dios sería objeto de cambio, por ello, ya desde la eternidad este acto está en Dios y, por consiguiente, Dios habría reprobado desde la eternidad a todos aquellos que no alcanzan la vida eterna. Algún otro refuta a Catarino, como si éste afirmase que Dios no conoce de ningún modo cuántos hombres van a alcanzar la vida eterna, siendo esto totalmente erróneo en materia de fe.
12. Sin embargo, creemos que Catarino no afirma ninguna de las dos cosas. En efecto, con respecto a lo segundo, sostiene con toda claridad que la providencia divina no determina con seguridad el número de aquellos que van a alcanzar la salvación, aunque la presciencia divina lo conoce con seguridad; esto es como decir que, si nos fijamos en los auxilios de la gracia y en los medios que, en virtud de su providencia, Dios provee a cada uno para alcanzar la vida eterna, entonces no es seguro el número de aquellos que van a alcanzar la salvación, porque cada uno podría cooperar por su libre arbitrio de tal manera que alcanzase la vida eterna o bien se desviase de ella en dirección a la mayor de las miserias. Ahora bien, como Dios prevé con toda certeza quiénes, en virtud de su libertad, van a cooperar de tal manera que alcancen la vida eterna y quiénes no, la presciencia divina conoce con toda certeza y seguridad tanto el número de aquellos que alcanzarán la vida eterna, como el de aquellos que caerán en la perdición sempiterna.
13. Con respecto a lo primero, parece que Catarino sólo sostiene que Dios no reprueba a nadie sin prever sus méritos, para tener así alguien en quien pueda mostrar su justicia castigadora, como muchos afirman ─aunque esto tiene un regusto a crueldad y casi a tiranía y parece indigno de la bondad y justicia divinas y además parece que elimina la libertad de nuestro arbitrio─, pero reprueba por su previsión de los deméritos, de tal manera que la única reprobación de la vida eterna es la que cada uno se procura por su crímenes y pecados cometidos por propia voluntad. Tampoco creemos que Catarino pensase que no es eterno, firme, ni estable, el acto de la voluntad divina con el que Dios reprueba a los impíos en un momento del tiempo a causa de la previsión de sus pecados.