Concordia do Livre Arbítrio - Parte VII 19

Parte VII - Sobre a predestinação e a reprovação

Disputa III: ¿Qué gracia previniente puede decirse en términos absolutos que es mayor: la concedida a Lucifer o al menor de entre los ángeles predestinados?

1. Un docto varón me ha preguntado qué gracia puede decirse en términos absolutos que es mayor y mejor: ¿La gracia que, a pesar de ser menor entitativamente y cualitativamente, sin embargo, según Dios ha presabido, será eficaz e idónea para la salvación por la libre cooperación y la perseverancia de la voluntad de aquel a quien se confiere? ¿O la gracia que, a pesar de ser mucho mayor entitativamente y cualitativamente, sin embargo, según Dios ha presabido, será ineficaz para la salvación por la ausencia de libre cooperación y perseverancia por parte de la voluntad de aquel a quien se confiere? En el caso de las gracias conferidas a Lucifer y al menor de entre los ángeles predestinados, se nos presenta un ejemplo clarísimo de lo que estamos diciendo.
2. En el título de esta disputa, bajo la expresión «gracia previniente» incluimos también la gracia que convierte en agraciado y los demás dones sobrenaturales habituales que ─como hemos dicho en nuestros comentarios a la cuestión 14, art. 13, disputa 41─ pueden considerarse gracia previniente respecto de las obras que les siguen, en la medida en que al hombre o al ángel ya justificados les sirven de ayuda para realizar buenas obras con mayor facilidad, resistir las tentaciones y abstenerse de caer en pecado.
3. Este docto varón comienza argumentando que, en términos absolutos, la gracia entitativamente menor y que, según Dios presabe, resultará eficaz e idónea para la salvación, es una gracia mejor y mayor. Argumenta de la siguiente manera:
4. En primer lugar: Ningún sabio dejaría de elegirla, si ─sabiendo lo que va a suceder en el futuro─ se le diese la opción de elegir entre las dos gracias mencionadas. Asimismo, nadie dejaría de considerar que es amado por Dios en mayor medida, si consiguiese que Él ─que conoce el futuro─ le concediese esta gracia antes que la otra. Finalmente, nadie dejaría de preferir que Dios le concediese la gracia previniente que le fue conferida al buen ladrón o al menor de entre los ángeles beatos, antes que la gracia conferida a Judas o a Lucifer.
5. En segundo lugar: De otra manera, no podría entenderse por qué razón Dios ama más a los predestinados que a los no predestinados y por qué no depende de nosotros, al menos en cierto sentido, la propia predestinación en su ser de predestinación. Tampoco podría entenderse por qué el elegido adeuda a Dios más que el réprobo y, finalmente, por qué razón debemos agradecer a Dios de manera especial la gracia idónea y eficaz que nos confiere para nuestra futura salvación.
6. En sentido contrario argumenta lo siguiente. En primer lugar: Cualquier gracia considerada en misma y en todos sus grados, es gracia; por tanto, la gracia que sea entitativamente mayor, será mejor y mayor en su ser de gracia y según una estimación moral.
7. En segundo lugar: A pesar de que, cuando Dios otorga esta gracia mayor entitativamente y en misma, prevé cuándo va a resultar ineficaz por culpa del que la recibe, sin embargo, Él no la elige porque vaya a resultar ineficaz ─pues si actuase de este modo, tendería asechanzas al hombre en su salvación y no sería sincero en su deseo de que todos se salvasen─, sino que la elige porque es mayor, de manera tan sincera y honrada como si ignorase lo que va a suceder; y si realmente lo ignorase, nadie dudaría de que, en términos absolutos, hace objeto de un amor, una gracia y un beneficio mayores al hombre al que confiere una gracia entitativamente e intensivamente mayor ─aunque en un futuro resulte ineficaz por culpa de quien la recibe─ que la que confiere a otro. Por tanto, debemos juzgar que sucede esto mismo, cuando Dios confiere estas gracias con presciencia de lo que va a suceder.
8. En tercer lugar: Apenas podría entenderse por qué razón Dios querría salvar y ayudar a los réprobos de manera tan sincera como a los elegidos y por qué razón la elección absoluta para la gloria no se produciría con anterioridad a la previsión de los méritos y a la elección absoluta para la gracia. Pues si desde siempre ─antes de estar en posesión de toda la presciencia de visión─ Dios hubiese amado más al elegido que al réprobo ─por ejemplo, si hubiese amado más al ángel Rafael que a Lucifer, como parece que habría que sostener según el primer parecer─, no podría entenderse en qué lo habría amado más salvo en que habría querido absolutamente que el primero alcanzase la gloria, pero no el segundo.
9. A todo esto respondo que la gracia previniente conferida a Lucifer ─a pesar de cuya posesión éste no se contuvo de caer en pecado─ fue mucho mayor que la conferida al menor de los ángeles ─con la que éste perseveró en la gracia y alcanzó la vida eterna─ y en términos absolutos podemos llamarla «gracia mayor», porque realmente fue una gracia ─que, aplicada a Lucifer, no sólo podemos considerar gracia previniente, en relación a los actos posteriores que éste no realizó, conferida con objeto de que no cayese en el pecado en que cayó, sino también gracia que convierte en agraciado─ y en misma fue una gracia mayor, aunque a pesar de ella Lucifer cooperase menos o, mejor dicho, nada, cuando en virtud de su propia libertad y de su maldad cayó en pecado. Tampoco debemos considerar que, en esas circunstancias, si se hubiesen intercambiado las gracias previnientes y la que le fue conferida al menor de entre los ángeles, le hubiese sido conferida a Lucifer y, por el contrario, la concedida a Lucifer, le hubiese sido entregada al menor de los ángeles, éste habría caído y Lucifer habría permanecido en gracia; tampoco debemos pensar que Dios habría concedido a Lucifer la gracia que le concedió para que cayese en pecado y se condenase a mismo, sino que, antes bien, Dios le habría conferido esta gracia para que, por ella, se abstuviese con más fuerza de caer en pecado, obrase bien más intensamente y alcanzase mayor gloria.
10. Sobre la cuestión de a quién de ellos Dios habría amado más, debemos decir lo siguiente. Si sólo nos fijamos en las gracias previnientes y en la voluntad absoluta de Dios de conferírselas y, en consecuencia, del amor por el que decidió conferírselas ─amándoles realmente cuando se las confirió en un momento determinado del tiempo─, debemos decir que habría amado mucho más a Lucifer que al menor de los ángeles y, por esta razón, habría otorgado a Lucifer un bien mucho mayor que el otorgado al más pequeño de entre los ángeles. Pero si no nos fijamos sólo en la gracia previniente, sino que al mismo tiempo consideramos que Dios ─concediendo al menor de los ángeles una gracia previniente menor y previendo que, en este orden de cosas, perseverará en la gracia hasta el final de la vida en razón de su libertad y de su esfuerzo─ también quiere ─con voluntad absoluta y consecuente─ para él la perseverancia en la gracia, su aumento y el premio de la vida eterna, habiéndole negado ─con voluntad consecuente─ a Lucifer estas tres cosas, tras prever que caería en pecado en razón de su libertad, entonces tendremos que decir, en términos absolutos, que Dios habría amado al menor de los ángeles más que a Lucifer; ahora bien, con voluntad antecedente y con dependencia de la libre cooperación de Lucifer ─y, en consecuencia, si no hubiese dependido de él─, a éste lo habría amado más que al menor de los ángeles, porque con esta voluntad habría deseado para él méritos mayores, una gracia mayor y la gloria y, además, en virtud de su providencia, lo habría ordenado ─verdaderamente y no de manera ficticia─ con vistas a alcanzar todo esto.
11. De la primera parte del argumento primero debemos negar el antecedente. En efecto, que el auxilio de la gracia previniente vaya a ser o no la gracia idónea para alcanzar la salvación y la vida eterna, no se debe al propio auxilio, como el argumento parece dar por supuesto, sino que se debe a que nuestro arbitrio quiera cooperar o no como es necesario para alcanzar la vida eterna. Tampoco es algo seguro, sino muy dudoso, que si se hubiesen intercambiado las gracias previnientes que les fueron conferidas a Lucifer y al menor de los ángeles, las cosas hubiesen sucedido de manera contraria, como ya hemos dicho anteriormente, sino que, antes bien, resulta más verosímil pensar que el menor de los ángeles ─con los dones sobrenaturales conferidos a Lucifer─ habría cooperado de manera más intensa y mejor y habría alcanzado una gloria mayor que la alcanzada con los dones que le fueron concedidos y que Lucifer, con un auxilio menor de la gracia y siendo idéntica su disposición natural bajo las mismas circunstancias, habría pecado igualmente o quizás lo habría hecho más rápido y de manera más vergonzosa, a pesar de que el argumento por supuesto que habría sucedido lo contrario. Por ello, ningún sabio dejaría de elegir el auxilio mayor conferido a Lucifer antes que el menor conferido al más pequeño de entre los ángeles, sabiendo que un auxilio mayor ayuda más y de manera más potente que un auxilio menor y que en su propia potestad está ─teniendo uno u otro auxilio─ caer en pecado o perseverar en la gracia hasta el final de sus días.
12. De la segunda parte también debemos negar el antecedente. Pues cualquiera pensaría con razón que recibe un amor y un beneficio mayores por parte de Dios con la concesión de un auxilio mayor y no menor, sabiendo que, bajo cualesquiera circunstancias, con este auxilio recibe una ayuda mayor que con el auxilio menor y que sólo de su arbitrio depende la eficacia o ineficacia de cualquiera de estos dos auxilios. Ningún sabio podrá negar, situándose dentro de los límites de la gracia previniente, que recibe un amor mayor por parte de Dios, cuando se le confiere un auxilio mayor y no menor.
13. De la tercera parte también debemos negar el antecedente. Pues da por supuesto algo que es falso, a saber, si a un tercero se le ofrecen los auxilios del menor de los ángeles y de Lucifer o los auxilios del ladrón y de Judas, caerá en pecado con el auxilio de Lucifer o de Judas y perseverará en la gracia hasta el final de su vida con el auxilio del menor de los ángeles o del ladrón; pero no hay ninguna evidencia de que vaya a suceder esto; la única evidencia es que ambas cosas dependen del libre arbitrio y que es más fácil mantenerse en la gracia y progresar en ella con un auxilio mayor que con uno menor.
14. Sobre la primera parte del segundo argumento, debemos decir que resulta muy evidente, por todo lo que hemos dicho hasta aquí, la razón por la que Dios ama más ─con voluntad absoluta y consecuente─ a los predestinados que a los no predestinados. En efecto, a los predestinados les concede simultáneamente la perseverancia y el premio de la vida eterna, pero con dependencia de la libre cooperación futura que, según prevé, ofrecerán; pero a los no predestinados no ha querido concederles estas dos cosas con esa misma voluntad. Además, la perseverancia y el premio de la vida eterna son un bien mayor que el incremento de la gracia previniente que ha querido para algunos que no han sido predestinados. Pero no es necesario que, con voluntad antecedente y condicionada, Dios ame más al menor de los predestinados que a todos los réprobos, como hemos dicho a propósito de Lucifer con respecto al menor de los ángeles predestinados.
15. Sobre la segunda parte, debemos decir que la predestinación en su ser de predestinación no depende de nosotros, sino exclusivamente de la misericordia de Dios, porque el hecho de que Él haya elegido el orden de cosas, de circunstancias y de auxilios ─mayores o menores─ en el que, según ha previsto, en razón de su libertad se salvarán quienes han sido predestinados por la elección de este orden y alcanzarán la vida eterna en razón de su libertad, en vez de haber elegido otro de entre los infinitos órdenes ─en el que las cosas habrían sido distintas en razón de esta misma libertad de arbitrio─, no se debería a nosotros, ni a la cualidad de nuestros méritos y de nuestra cooperación, sino tan sólo a la misericordia de Dios. Que en este mismo orden alcancemos la salvación y, por ello, este mismo orden que de hecho Dios ha elegido sea consecuencia de la predestinación con respecto a cualquiera de nosotros y no tan sólo consecuencia de una providencia que conlleve la reprobación de cualquiera de nosotros, depende de la previsión de que, en razón de nuestra libertad, cooperaremos de tal manera que, en este mismo orden, terminaremos en gracia nuestra vida, siendo también cierto que, en razón de la misma libertad, la cooperación futura podría ser distinta, como ya hemos explicado por extenso.
16. Sobre la tercera y la cuarta parte, debemos decir que es muy evidente la razón por la que el predestinado debe más a Dios que el réprobo. En efecto, como el hecho de que alguien sea predestinado, depende de que Dios elija misericordiosamente el orden de cosas que de hecho elige antes que cualquier otro en el que las cosas serían distintas, es evidente a todas luces que, en este sentido y en términos absolutos, los predestinados adeudan más a Dios que los réprobos y que nunca podrán agradecerle suficientemente la concesión de un beneficio tan grande. Por otra parte, la maldad y la ingratitud máxima de muchos réprobos con la bondad y misericordia divinas, así como la ira e indignación justísimas de Dios hacia ellos, se pueden apreciar en el hecho de que, habiendo sido provistos en este orden de auxilios de gracia mayores que los provistos a muchos predestinados ─con los que en este orden podrían haber alcanzado más fácilmente un grado de gloria mayor que el alcanzado por muchos predestinados─, habiendo sido amados, por tanto, con una voluntad antecedente no ficticia, sino verdadera, y habiendo sido preordenados, en virtud de la misericordia divina, con vistas a una beatitud mayor, sin embargo, se habrían desviado de ella en dirección a la mayor de las miserias.