Concordia do Livre Arbítrio - Parte VII 16

Parte VII - Sobre a predestinação e a reprovação

Miembro XIII: Epílogo en el que se explica con mayor claridad el parecer del autor

1. Para reducir casi a forma de epílogo lo que hemos dicho hasta aquí, vamos a ofrecer nuestro parecer en pocas y elocuentes palabras. Pensamos que ─como sucede en realidad─, con anterioridad a todo acto libre de su voluntad, Dios Óptimo Máximo prevé en su propia esencia, por ciencia puramente natural y ciencia media ─que se encuentra entre la ciencia libre y la puramente natural─, absolutamente todas las cosas que están en su potestad, entre las que se encuentran las infinitas criaturas dotadas de entendimiento que puede crear, así como también los infinitos órdenes de cosas, de auxilios y de circunstancias ─no sólo aquellos órdenes en los que podría colocar a varias de estas criaturas, sino también aquellos en los que ha colocado a las únicas que de hecho ha decidido crear─; también prevé qué sucedería en todos estos órdenes en razón del arbitrio de cada una de las criaturas dotadas de entendimiento, dada la hipótesis de que Él decidiese crear uno u otro orden, con unos u otros auxilios y con unas u otras circunstancias.
2. Luego, una vez conocidos todos estos órdenes, en virtud de su juicio inescrutable y de su sabiduría y a través de un acto único y simplicísimo de su voluntad, ha decidido simultáneamente todo el orden ─tanto de los hombres y de los ángeles, como de las demás cosas─ que impera desde el principio de la creación y que persistirá hasta el fin del mundo, con los auxilios y los dones que ha decidido conferir tanto a los ángeles, como a los hombres, con objeto de que en la potestad de todos aquellos a los que ha puesto en este orden, esté alcanzar la vida eterna libremente o desviarse de ella en dirección a la miseria eterna; por consiguiente, en este orden de cosas y en razón de su arbitrio, podrán hacer variar aquellas circunstancias cuya variación se ha puesto bajo la potestad de su arbitrio.
3. Por medio de este acto de la voluntad divina y por medio de la elección de todo este orden ─y no de otro─ de cosas y de auxilios, tal como procede de Dios, fueron predestinados, por una parte, los ángeles y los hombres adultos que, según Dios preveía, en virtud de la libertad de su arbitrio acabarían en gracia ─ya sea con auxilios y ocasiones de salvación mayores, ya sea con auxilios y ocasiones de salvación menores─ el final del camino que se les ha prescrito y, por otra parte, los niños que, según Dios preveía, morirían en este orden habiendo recibido el remedio contra el pecado original y, por consiguiente, estando en la gracia recibida por los méritos de Cristo. Por el contrario, a los demás hombres y ángeles que, según preveía, en este mismo orden de cosas morirían en pecado mortal ─ya sea en razón de su propia libertad, ya sea en razón de la libertad de su primer padre─, no los habría predestinado por medio de este acto de su voluntad y de la elección de este orden de cosas, aunque por medio de este mismo acto les habría provisto a todos ellos de medios suficientes a través de los cuales alcanzarían la vida eterna, si esto no dependiese de ellos o del primer padre; es más, al decidir conferir a algunos de ellos auxilios más abundantes y mejores que los concedidos a muchos predestinados, tendría para con ellos una providencia mejor con vistas a la consecución de la vida eterna y, por consiguiente, habría que atribuirles una culpa mayor cuando la pierden.
4. Que Dios haya elegido un orden de cosas, de circunstancias y de auxilios, en el que sólo algunos en particular han sido realmente predestinados ─sin que lo hayan sido todos los demás─, en vez de elegir cualquier otro de entre los infinitos órdenes en los que, según prevé, habría sucedido algo muy distinto y, en consecuencia, que al elegir este orden haya querido conferir a algunos en particular ─tanto si han sido colocados en la mejor parte de este orden con vistas a la salvación, como si han sido puestos en una parte peor─ los auxilios, mayores o menores, gracias a los cuales, según prevé, estos hombres alcanzarán la beatitud ─mientras que a los demás, tanto si han sido colocados en la mejor parte de este orden con vistas a la salvación, como si han sido puestos en una parte peor, con auxilios mayores o menores, ha querido otorgarles tan sólo unos auxilios a pesar de los cuales, aunque habrían podido alcanzar la vida eterna y muchos de ellos con más facilidad que muchos de los predestinados, sin embargo, según prevé, en razón de su libertad o de la libertad del primer padre terminarán su vida en pecado mortal y dentro del grupo de los réprobos─, ciertamente, no se ha debido a los predestinados, ni a los no predestinados, porque en ellos no podemos hallar una causa o razón que los haya distinguido y los haya hecho desiguales; sin duda, todo esto sólo debe atribuirse a la voluntad libre de Dios, porque es Él quien, proveyendo a todos de manera suficiente y a algunos réprobos de manera más abundante que a muchos de los predestinados, ha querido elegir este orden de cosas antes que otro y es Él quien ha querido distribuir sus dones de este modo antes que de otro.
Pero quien se pregunte por qué razón Dios ─previendo que una multitud tan grande de hombres y de ángeles se condenarían en razón de su propia libertad o de la del primer padre─ decide obrar así, deberá exclamar con San Pablo: «¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!».
Considerada desde este punto de vista, con razón se dice en las Sagradas Escrituras que la predestinación de los hombres se produce según el propósito y la elección libre de Dios, que elige a los que quiere para predestinarlos a ellos y no a otros de la manera mencionada; también se puede considerar con razón que quienes han sido elegidos y predestinados así, han sido llamados y predestinados de manera casi azarosa.
5. Sin embargo, sostenemos que, eligiendo Dios desde su eternidad este orden de cosas antes que otro, la razón o condición de la que depende, por una parte, que unos adultos y no otros sean predestinados en virtud de la providencia y de la elección de este orden y, por otra parte, que esta elección y esta providencia se consideren una predestinación con respecto a los primeros y no a los segundos, dependerá de lo siguiente, a saber: que pudiendo unos y otros ─en este mismo orden de cosas─ hacer de su arbitrio un uso tal que acaben su vida en gracia y alcancen la beatitud, sin embargo, serán los primeros y no los segundos quienes obrarán de este modo y Dios, en virtud de la altitud de su entendimiento, tendrá presciencia de esto mismo, más allá de lo que exigen la libertad de arbitrio y la propia contingencia de las cosas. Pues si ─como realmente puede pasar─ esto no sucediese así, la misma elección de este orden debería considerarse una providencia con vistas a la beatitud y no una predestinación con respecto a aquellos adultos cuya predestinación ya se ha producido.
6. Por tanto, si suponemos que es imposible que Dios, mientras elige este orden de cosas y de auxilios, tenga una ciencia natural plena en grado máximo, por la que conocería de manera perfecta las naturalezas de todas las cosas, sus uniones necesarias ─incluidas aquellas que son tales en virtud de la disposición de las causas, con una necesidad fatal─ y las relaciones de los medios con los fines, y por la que también sabría proveer perfectísimamente a todas las cosas ─incluidas las dotadas de libre arbitrio─ de los medios ajustados a los fines, tanto naturales, como sobrenaturales, según la naturaleza de cada una de ellas, y además suponemos que no tiene esa ciencia media ─que se encuentra entre la libre y la puramente natural─ a través de la cual, en virtud de la altitud de su entendimiento, conocería perfectamente la determinación del libre arbitrio creado y, en consecuencia, las uniones contingentes que dependen de él, entonces la elección de este orden deberá considerarse providencia con vistas a la beatitud en relación a todas las criaturas racionales; ahora bien, del mismo modo que entonces Dios no sabría cuáles de ellas, en este orden de cosas, habrían de alcanzar la vida eterna en razón de la libertad de su arbitrio ─pues para Dios esto sería tan incierto como lo es en mismo─, tampoco la elección y la providencia se considerarían, con respecto a ninguna criatura, predestinación, porque ésta incluye en misma una certeza de alcanzar la beatitud proveniente de la certeza de la presciencia divina. Por ello, del mismo modo que el plan de la predestinación de cualquier adulto depende de la presciencia por la que Dios prevé que éste alcanzará la beatitud a través de unos medios determinados ─siendo esta presciencia lo que la predestinación añade a la providencia─, así también, toda la certeza de que el predestinado va a alcanzar la vida eterna, depende de esta misma presciencia y sólo debe atribuirse a ella y no a la elección del orden de cosas, ni a la providencia divina dirigida con vistas a la beatitud de los hombres y de los ángeles.
7. Por todo ello, es fácil entender cómo se puede conciliar la libertad de nuestro arbitrio y de los ángeles con la predestinación divina; además, cualquier ángel habría poseído en su momento la misma libertad que cualquier hombre adulto posee ahora para alcanzar o no la vida eterna, exactamente igual que si la elección del orden de cosas que desde la eternidad Dios ha elegido, no se considerase predestinación.
En efecto, si de la elección de este orden excluimos la presciencia por la que Dios sabe cómo van a actuar a través de su libre arbitrio los hombres y los ángeles en todo este orden, y sólo dejamos lugar a una presciencia puramente natural y necesaria para elegir este orden y proveer a las cosas de manera ajustada a sus fines y, por consiguiente, excluimos de esta elección el plan de la predestinación y sólo dejamos a ésta dentro de los límites de una providencia divina con vistas a la beatitud, entonces será muy fácil entender que la libertad de nuestro arbitrio y de los ángeles se puede conciliar muy bien con ella, porque en la misma medida en que cualquiera de nosotros tiene libertad para alcanzar o no la beatitud y en la misma medida en que es incierto cuál de estas dos cosas vaya a suceder considerada tan sólo la libertad de nuestro arbitrio, así también, para Dios será incierto que, en razón de la libertad de nuestro arbitrio, vayamos a cooperar con los medios de su providencia de tal modo que alcancemos la beatitud o no.
Por tanto, puesto que no sucede que vayamos a cooperar de uno u otro modo y vayamos a alcanzar o no la vida eterna, porque Dios así lo haya previsto, sino que sucede lo contrario ─a saber, como esto acontece en razón de la libertad de nuestro arbitrio, por ello, Dios lo presabe en virtud de la altitud de su entendimiento, pudiendo presaber lo contrario, si es esto lo que, como es posible, fuese a suceder─, por ello, la presciencia que la predestinación añade a la elección del orden de cosas y a la providencia divina, no nos resta libertad, sino que respeta nuestra libertad para obrar de uno u otro modo y para alcanzar la beatitud o desviarnos de ella, exactamente igual que si Dios sólo ejerciese una providencia y no una predestinación. Pues aunque no es posible conciliar que, por una parte, seamos predestinados y, por otra parte, no alcancemos la vida eterna, o que, por una parte, Dios presepa que vamos a cooperar de tal modo que alcancemos la vida eterna y, por otra parte, no cooperemos así, y, por ello, en sentido compuesto no puede suceder de ningún modo que alguien que ha sido predestinado, no alcance la vida eterna, sin embargo, puesto que, si no fuésemos a cooperar de tal modo que alcanzásemos la vida eterna ─siendo esto posible─, en Dios no se darían esta predestinación y esta presciencia, por ello, en sentido dividido tendríamos tanta libertad que podría suceder que alguien que ha sido predestinado no alcanzase la beatitud, exactamente igual que si no lo hubiese sido.
8. Pero no creemos que Dios predestine como si ─de entre aquellos a quienes ha decidido crear─, con anterioridad y sin tener en cuenta el arbitrio de cada uno, decidiese predestinar y conducir hacia la vida eterna sólo a algunos en particular y no a otros ─pues a éstos decidiría reprobarlos a causa de los pecados que, como ya sabe, cometerán por no haber sido predestinados─, decidiendo obrar así por la siguiente razón, a saber, para tener simultáneamente en quienes dar a conocer para siempre tanto su misericordia y su generosidad, como su justicia vindicativa, de tal modo que ejecutase el decreto de su voluntad como si acechase al libre arbitrio, tanto de aquellos a quienes pretende predestinar, como de aquellos a quienes pretende dejar en el grupo de los réprobos, buscando para los primeros las circunstancias, los medios y los modos a través de los cuales alcancen la vida eterna en cualquier caso, y sustrayéndoles a los últimos deliberadamente los auxilios ─aunque dejándoles siempre los necesarios─ y buscando para ellos unos modos y unas circunstancias tales que, finalmente, se condenen a torturas eternas excluidos del reino de los cielos.
Asimismo, tampoco creemos que el buen uso del libre arbitrio que se mueve en el sentido que conduce hacia la salvación, dependa tan sólo de la predestinación y de sus efectos, como si el predestinado no pudiese inclinar su arbitrio en sentido opuesto ─exactamente igual que si no hubiese sido predestinado─ y como si el réprobo no pudiese hacer de su arbitrio un uso tal que alcanzase la vida eterna, exactamente igual que si hubiese sido predestinado; consideramos que esto es un error manifiesto en materia de fe. También consideramos que todo esto es indigno de la majestad y de la bondad divinas y haría excusable el decurso de la vida de los réprobos; tampoco concuerda con las Sagradas Escrituras, como ya hemos señalado anteriormente, y ofrece a la Iglesia la ocasión de caer en muchos errores.
9. Pensamos lo siguiente: Previendo absolutamente todas las cosas que van a suceder, Dios elige simultáneamente ─en virtud de su sabiduría, su bondad y su justicia─, con un único acto electivo, todo este orden de cosas que comenzó en la creación y que se extenderá hasta la consumación del mundo, exactamente igual que si ─careciendo de una presciencia sobre las cosas que sucederán por mediación del libre arbitrio─ hubiese elegido este orden por partes, en función de cómo aconteciese cada cosa en el devenir del tiempo. Por ello, creemos que desde la eternidad Dios ha decidido crear a los ángeles y a los hombres con vistas a su beatitud y que en un momento determinado del tiempo los ha creado en estado de inocencia con deseo y sinceridad enormes, como si no hubiese previsto la caída y la perdición de algunos ángeles y de los primeros padres. De esto dan fe los dones y auxilios abundantísimos y excelentísimos con los que ha creado a todos y de los que ha provisto a cada uno, con objeto de que todos alcancen la vida eterna con suma facilidad y en virtud del arbitrio y de los méritos propios. Esto concuerda con la verdad y bondad divinas y es lo que las Sagradas Escrituras expresan clarísimamente.
Pero no pensamos que desde su eternidad Dios haya buscado la perdición de los ángeles y de los hombres ─para tener a quienes castigar con justicia─, ni que en ella se haya deleitado, sino que, por el contrario, ésta se habría producido contra su propia intención y contra su propio deseo, por el que, de la misma manera que quería lo contrario, así también, si de ellos no hubiese dependido, habría hecho lo contrario. Pero puesto que, con vistas a su beatitud, decidió crearlos de tal manera que, para mayor gloria de ellos, llegasen a ella en virtud de su propia libertad y de sus méritos, con su providencia quiso permitir los pecados que tanto los ángeles como los hombres ─que fueron creados con libertad para su propia gloria─ quisiesen perpetrar, así como también ─por su sabiduría, su justicia, su bondad y su misericordia─ realizar bienes mayores, castigando para siempre a algunos pecadores, para que en ellos brillase su justicia vindicativa, pero apiadándose de algunos y ayudándolos de manera asombrosa por mediación de su Hijo, sin perjuicio de la equidad y del rigor de su justicia vindicativa.
10. Por tanto, creemos que Dios ─previendo en su eternidad que, dada la hipótesis de que Él quisiese crear a los ángeles y a los hombres en estado de inocencia, algunos ángeles y la totalidad del género humano caerían en la perdición─ desde la eternidad habría elegido ─movido por su bondad y misericordia infinitas─ al mismo tiempo, junto con esa parte del orden de cosas imperante desde la creación hasta la caída de los primeros padres, el restablecimiento del género humano por la llegada y los méritos de Cristo y el orden restante e imperante hasta la consumación del mundo, exactamente igual que si, ignorando el futuro, hubiese elegido la misma reparación del género humano tras la caída de los primeros padres. Pero como los demás pecados del género humano se han seguido ─como de una raíz─ de la caída de los primeros padres, por ello, de la misma manera que esta caída no se debió a la intención, ni a la voluntad de Dios, tampoco los pecados y la perdición de los demás hombres, que se producen en el orden posterior a la caída de los primeros padres, responden a la intención, ni a la voluntad de Dios, sino que, antes bien, se producen contra su propio deseo.
Sin embargo, como es un mal tan grande haber ofendido la majestad y la bondad infinitas de Dios y resultaba conveniente que, a causa de los mejores fines ─de los que, en parte, ya hemos hablado─, el género humano no recuperase en esta vida, por mediación de Cristo, el estado de felicidad del que cayó ─sino que permaneciese sometido a las miserias del alma y del cuerpo que experimentamos, para que así la gravedad de aquel pecado resplandeciese en sus efectos y castigos o para otros fines excelentes─, por ello, de aquí se sigue que, aunque desde la eternidad Dios haya decidido la reparación del género humano por mediación de su Hijo hecho hombre ─habiendo querido que este beneficio sea común para todos los mortales─, sin embargo, en virtud de su sabiduría y de su juicio inescrutable, habría decidido: que Cristo no viniese al mundo en otro momento, ni de otro modo; que el anuncio de su llegada ─para que los hombres alcancen por la fe el fruto de la redención─ no se reflejase en la ley natural, en la ley escrita y en la ley de la gracia de modo distinto de como se produjo; y que todo el devenir de la Iglesia militante se confiase al arbitrio de los hombres y al estado del mundo, innovando con mucha frecuencia la vocación a la fe y el anuncio de la llegada de Cristo en función de los distintos momentos del mundo, así como también llevando y proporcionando ─misericordiosamente─ ayuda a su Iglesia de distintas maneras.
11. Así pues, afirmamos lo siguiente: A través de la elección de todo el orden de cosas imperante hasta la consumación del mundo, Dios ha deseado la salvación de todos, en cuanto de Él depende. Pero también ha decidido que, ya en este orden de cosas, cualquier adulto tenga la posibilidad de extender su mano libremente hacia lo que quiera y, en consecuencia, alcance la beatitud o se hunda en la miseria, según prefiera, como si Dios careciese de presciencia sobre las cosas que se producirán por mediación del libre arbitrio o sobre quiénes, en este orden de cosas, alcanzarán la vida eterna, es decir, como si Dios no predestinase, sino que tan sólo ejerciese una providencia por la que, desde la eternidad, decidiese proveer a los hombres con vistas a su beatitud del mismo modo que, tras conocer el resultado de algunas cosas, decidiría lo mismo en un momento determinado del tiempo; por consiguiente, tras su predestinación, los adultos poseerían la misma libertad ─para extender su mano hacia lo que quieran y, por ello, alcanzar la beatitud o hundirse en la miseria─ que si Dios no realizase con anterioridad ninguna predestinación, de tal modo que la salvación de cualquiera sería para Dios tan incierta como lo es en misma.
12. Por tanto, nuestro parecer puede resumirse en la siguiente conclusión: La causa o razón de que Dios eligiese este orden de auxilios y de cosas ─en el que, según preveía, alcanzarían la vida eterna tanto algunos adultos en razón de la libertad de su arbitrio, como algunos niños carentes de libertad de arbitrio, pero no todos los demás─ en vez de elegir cualquier otro ─en el que no sucedería lo mismo─ y, por consiguiente, la causa o razón de que, con la elección de este orden en vez de otro, predestinase a unos antes que a otros, no está en los predestinados, sino que todo ello debe atribuirse a la voluntad libre de Dios.
La razón o condición ─atribuible a los adultos─ de la que depende que la elección de este orden se considere predestinación con respecto a unos adultos y no a otros, es la siguiente, a saber, que en razón de su libertad innata unos y no otros cooperen por medio de su arbitrio de tal manera que lleguen en gracia al final de su vida y que Dios prevea esto en virtud de la altitud de su entendimiento.
Aunque Dios no estuviese obligado a elegir un orden antes que otro por el uso previsto del libre arbitrio, sin embargo, en muchas de las cosas que establece puede tenerlo en consideración y resulta incluso conveniente; es más, de hecho lo tiene en consideración, como hemos explicado en el miembro 11, antes de ofrecer la última conclusión.
Si alguien pretende sostener que Santo Tomás o cualquier otro escolástico no disiente de nuestro parecer, ciertamente, no le censuraré; pues prefiero que todos sean mis patronos antes que tener a un solo adversario, y mucho menos a Santo Tomás, cuyo juicio y doctrina estimo tanto que siempre me parece que piso con más firmeza, cuando descubro que coincide conmigo.