Concordia do Livre Arbítrio - Parte V 2

Parte V - Sobre a vontade de Deus

Disputa II: ¿Se cumple siempre la voluntad de Dios?

1. Primera conclusión: Todo aquello que Dios quiere con voluntad absoluta, se cumple siempre. Esta conclusión es dogma de fe.
Pero para que esta conclusión se entienda mejor y sea objeto de una demostración evidente, debemos saber que Dios quiere algo con voluntad absoluta de dos modos. Primer modo: sin ninguna dependencia del arbitrio creado en tanto que libre arbitrio. Esta voluntad absoluta de Dios es la que con mayor propiedad se denomina «voluntad eficaz», sin que ninguna criatura pueda resistírsele, tanto si Dios ejecuta por mismo aquello que quiere ─y así se produjo la creación del mundo─, como si obra por medio de las causas segundas, aunque pueda inferirles una necesidad a la voluntad humana y a la angélica; sin embargo, en relación a aquello que Dios ejecute de este modo, la voluntad creada no podrá considerarse en posesión de libre arbitrio, porque en su potestad no estará hacer lo opuesto.
En cuanto a este primer modo, la conclusión puede demostrarse, en primer lugar, a partir de los testimonios de las Sagradas Escrituras: Salmos, CXIII, 3: «Nuestro Dios está en los cielos y puede hacer cuanto quiera»; Ester, XIII, 9: «No hay quien pueda resistirse a tu voluntad»; Isaías, XLVI, 10: «Mis designios subsistirán y cumplo toda mi voluntad»; Romanos, IX, 19: «¿Quién puede resistirse a su voluntad?». En segundo lugar, puede demostrarse racionalmente, porque si una causa que quiere algo con voluntad absoluta y sin ninguna condición o dependencia del arbitrio creado en tanto que libre arbitrio, no produce el efecto, será o bien porque no puede hacer lo que quiere con voluntad absoluta o bien porque algo se lo impide o bien porque cambia su voluntad. Lo primero y lo segundo no pueden darse de ninguna manera, porque Dios es omnipotente y toda causa segunda ─tanto en su existencia, como en sus acciones─ depende del influjo y del concurso libre de Dios. Lo tercero tampoco es posible, porque en Dios no puede haber «sombra de cambio» y no puede suceder nada que Dios no haya previsto y presabido y en razón de lo cual debiese cambiar su propio designio y voluntad. Por tanto, todo aquello que Dios quiere con una voluntad absoluta tal, se cumple siempre.
2. Segundo modo: Dios quiere algo con dependencia del arbitrio creado en tanto que posee libertad y, por ello, bajo la siguiente condición: que el arbitrio creado también lo quiera; sin embargo, Dios también lo quiere de manera absoluta, porque, como prevé que el libre arbitrio lo va a realizar libremente dada la hipótesis de que Él quiera crear el orden de cosas que de hecho ha decidido crear, a Él esto también le parece bien y ya con voluntad absoluta quiere que suceda lo que así va a acontecer libremente y que podría no acontecer. De este modo, Dios Óptimo Máximo quiere todos los actos buenos que nuestro arbitrio va a realizar, no sólo con voluntad condicional ─en el caso de que nosotros también queramos realizar estos actos─, sino también con voluntad absoluta, en la medida en que estos actos le parecen bien a Él que los prevé y en la medida también en que su bondad divina y singular los quiere y los dirige por medio de nuestro arbitrio.
Además, es evidente que esta voluntad absoluta de Dios siempre se cumple, porque se apoya en la certeza que la presciencia divina posee de que el libre arbitrio va a realizar estos actos y porque esta voluntad es posterior a dicha presciencia. Por ello, como Dios no es susceptible de transformación, ni de «sombra de cambio», resulta tan cierto que Dios no puede engañarse con esta presciencia, como que esta voluntad absoluta de Dios siempre se cumple. Algunos de los pasajes citados de las Sagradas Escrituras confirman en parte la conclusión propuesta referida también a esta voluntad absoluta de Dios, en la medida en que Él, previendo todo lo que el libre arbitrio va a hacer, sabe gracias a su providencia que todas las cosas que van a acontecer se ajustan a los fines que ha dispuesto, de tal modo que ─sin perjuicio de la libertad tanto de aquellos que van a hacer un buen uso de su arbitrio, como de aquellos que van a hacer un mal uso─ Él también se aprovecha del mal uso que harán de su arbitrio, para que puedan alcanzarse los fines que ha prefijado ─y a menudo también «suele sorprender a los sabios en su propia astucia»─, de tal manera que Él mismo realiza el designio divino ─que ellos intentan desbaratar─ a través del mismo camino por el que ellos intentan eludirlo, como puede verse en el caso de los hermanos de José, porque Dios convirtió el sueño en realidad a través del mismo camino por el que los hermanos de José intentaron huir del designio divino revelado en sueños, vendiendo a su hermano José. De esta manera, Dios se aprovechó del mal uso del arbitrio por parte de los tiranos, para que los mártires alcanzasen premio y corona; pero también se aprovechó del mal uso del arbitrio por parte de los pontífices fariseos, de Herodes y de Pilato, para redención del género humano, según leemos en Hechos de los apóstoles, IV, 27-28: «Porque en verdad juntáronse en esta ciudad contra tu siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para ejecutar cuanto tu mano y tu designio habían decretado de antemano que sucediese». Pues, «extendiéndose firmemente de uno a otro extremo», Dios gobierna todo con suavidad, dejando que cada cosa actúe de manera conforme a su naturaleza.
3. Por todo ello, es fácil entender el sentido de las palabras que José pronunció para tranquilizar a sus temblorosos hermanos, que temían que, tras la muerte del padre, quisiera tomarse venganza por el crimen que éstos cometieron contra él; estas palabras aparecen en el Génesis, L, 19-20: «No temáis, ¿acaso podemos resistirnos a la voluntad de Dios? Vosotros creíais hacerme mal, pero Dios ha hecho de ello un bien cumpliendo lo que hoy sucede, esto es, poder conservar la vida de un pueblo numeroso». Ciertamente, el sentido de estas palabras es el siguiente: Dios quiso con voluntad absoluta exaltar a José, siendo por tanto necesario que esta voluntad se cumpliese, si no del modo mencionado, de cualquier otro, que habría estado en la potestad de Dios, o bien enviando a José a Egipto, o bien de cualquier otra manera. No obstante, previendo que un medio adecuado para este fin era la traición de sus hermanos, que, dada la hipótesis de que Él no quisiese impedirla, tendría lugar por la maldad y libertad de éstos, Dios la permitió, para que de ella se siguiese un bien tan grande y que, de este modo, resplandeciese su sabiduría, que de males suele extraer bienes y que «sorprende a los sabios en su propia astucia», cuando, al intentar éstos huir de los fines que Dios establece, por el mismo camino por el que huyen dan lugar a que se alcancen estos fines de manera asombrosa.
4. Por todo ello, las palabras ¿acaso podemos resistirnos a la voluntad de Dios? de ningún modo significan que Dios infiriese a los hermanos de José la necesidad de pecar, para que el resultado final se diese por este camino, sino que Dios quiso este resultado final, lo dirigió con voluntad absoluta ─que debía cumplirse totalmente─, hizo uso del pecado cometido por la maldad y el arbitrio de éstos y sólo Él permitió que se produjese el resultado final y dichoso. Sin lugar a dudas, esto es lo que significan las palabras que siguen a las anteriores: «Vosotros creíais hacerme mal, pero Dios ha hecho de ello un bien…». Y para tranquilizar todavía más a sus hermanos, José les explicó sabiamente que Dios quiso con voluntad absoluta y eficaz su exaltación y que también permitió, como medio para este fin, la maldad de ellos, gracias a lo cual él obtuvo un bien tan grande; también les dijo que, por esta razón, no habían de temer que él quisiera vengarse de ellos por un delito del que había obtenido un bien tan grande, disponiendo y permitiendo Dios que las cosas sucediesen de esta manera.
5. Pero aquí debemos señalar que este pasaje, en la literalidad de la lengua hebrea, dice lo siguiente: «Y dijo a ellos José: no temáis, porque ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Y vosotros pensasteis mal contra mí…». Estas palabras, aparte del sentido que les ha dado la edición de la Vulgata ─como si José pretendiese decir, haciendo uso de un idiotismo en la lengua hebrea, que él no es Dios para que ese resultado dichoso se haya seguido del crimen de sus hermanos por su propio designio y no más bien por el designio divino, al que nadie puede oponérsele─, poseen otro sentido, que fue el que expresaron los Setenta Intérpretes, cuando tradujeron esas palabras de la siguiente manera: «No temáis, porque yo dependo de Dios. Y vosotros pensasteis…». Mucho más claramente expresa esto mismo el parafraseador caldeo, cuando dice: «No temáis, porque yo mismo temo ante la faz de Dios». Además, para que este otro sentido sea más inteligible, recuérdense las palabras que preceden: «Cuando los hermanos de José vieron que su padre había muerto, se dijeron: ¿Nos guardará rencor José y nos devolverá todo el mal que le hemos hecho?». En hebreo este pasaje dice literalmente lo siguiente: «Y vieron los hermanos de José que su padre había muerto y dijeron: quizás José nos aborrecerá y nos hará pagar todo el mal que le hicimos». Por tanto, el sentido de estas palabras sería el siguiente: como José se daba cuenta de que sus hermanos sospechaban que él procedería contra ellos con odio y que, por esta razón, querría vengarse de ellos, dijo: soy siervo de Dios, es decir, soy temeroso de Dios; por ello, no penséis que yo voy a proceder contra vosotros con odio y que, por esta razón, querré vengarme de vosotros, porque esto es algo totalmente ajeno a los hombres temerosos y siervos de Dios; vosotros pensasteis mal contra mí, &c. Otros refieren las palabras: ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?,como si José las hubiese dicho para increpar a sus hermanos, tras ver que se prosternaban ante él, como se dice justo antes. Sin embargo, estas palabras dan a entender de manera evidente la razón por la que los hermanos de José no debían temer que éste quisiera vengarse de ellos. Su adoración prosternados tampoco era un culto de latría, sino la reverencia debida a José como gobernador de la tierra de Egipto y como hermano al que rogaban perdón por el delito cometido contra él. Además, esta no fue la primera ocasión en la que ellos le mostraban tal reverencia, porque ya lo habían hecho antes en varias ocasiones con el permiso de José; es más, también mucho antes José lo había predicho con espíritu profético.
6. Segunda conclusión: No siempre se cumple lo que Dios quiere con voluntad condicional.
Esta conclusión es evidente por todo lo que hemos dicho en la disputa anterior. Pues con esta volición Dios quiere que todos los hombres alcancen la salvación y, sin embargo, no todos lo hacen. Asimismo, quiere la observancia de sus preceptos y recomendaciones; sin embargo, éstos son despreciados en todas partes. Y el pecador que se aparta de este orden de la voluntad divina, cae en otro orden de voluntad divina en el que Dios quiere castigar con voluntad absoluta a quienes, según prevé, abandonarán esta vida en pecado, como afirman Santo Tomás y San Agustín (De spiritu et littera, cap. 33).
7. No obstante, puede presentársenos la siguiente duda: ¿Quiere Dios con voluntad absoluta todas las cosas sin excepción que acontecen en la naturaleza? Podría sostenerse una respuesta afirmativa a esta pregunta, porque Dios es causa de todas las cosas que acontecen consideradas en términos de entidad. Por tanto, como Dios es causa de todas ellas por mediación de su voluntad, de aquí se sigue que quiera con voluntad absoluta que todas estas cosas acontezcan.
8. Tercera conclusión: Dios no posee la voluntad absoluta de que se produzcan los actos pecaminosos que el arbitrio creado comete; ahora bien, Dios posee la voluntad absoluta de permitirlos y también quiere con voluntad absoluta concurrir con el libre arbitrio creado, a través de su influjo general, en la realización de estos actos.
Lo primero es dogma de fe y ya lo hemos demostrado aduciendo numerosas razones en nuestros comentarios a la cuestión 14, artículo 13 (desde la disputa 31). Lo segundo es evidente, porque esos actos no se producirían, salvo que Dios quisiese permitirlos. No obstante, como el permiso divino implica que el propio libre arbitrio los va a realizar ─salvo que Dios lo impida─ y que Dios también puede no querer impedirlos, de aquí se sigue correctamente la siguiente consecuencia: Dios tiene la voluntad absoluta de permitir estos o aquellos pecados; por tanto, se cometerán. Lo tercero se puede demostrar así: si Dios no quisiese con voluntad absoluta concurrir como causa universal con el arbitrio creado, a través de su influjo general, en la realización de los actos pecaminosos, el arbitrio creado no los realizaría de ninguna manera; pues si se suprime este concurso, tales actos no pueden realizarse, como es evidente por lo que hemos dicho en nuestros comentarios a la cuestión 14, artículo 13 (desde la disputa 25).
Por ello, Dios no quiere con voluntad absoluta la existencia de todas las entidades reales que aparecen en la naturaleza, aunque quiera con voluntad absoluta concurrir con todas ellas, al menos con su concurso general y en tanto que causa universal de todas las cosas, como hemos explicado en la disputa 31 y en las siguientes.