Concordia do Livre Arbítrio - Parte II 4

Parte II - Sobre a cooperação geral de Deus

Disputa XXVIII: En la que se refutan otras objeciones contrarias a nuestra doctrina sobre el concurso general de Dios

1. No faltan quienes argumentan contra el parecer que hemos expuesto en la disputa 26, de la siguiente manera:
Si el concurso general de Dios con el fuego para calentar el agua, no fuese un influjo de Dios sobre el fuego por medio del cual Dios lo aplicase y le otorgase la eficacia de calentar el agua, sino un influjo de Dios con el fuego sobre el agua, entonces, aunque el fuego no podría calentar el agua si Dios le denegase su concurso universal, sin embargo, el fuego podría influir sobre el agua, pero esto no bastaría para calentarla sin el influjo de Dios. También dicen: Del mismo modo que, para abrir una puerta, a causa de su resistencia, son necesarios el impulso y el influjo de dos hombres ─ahora bien, si tan sólo un hombre empuja esta puerta y no puede abrirla él solo, no obstante, habrá transmitido su influjo y su impulso sobre la puerta, pues del hecho de que alguien que hace algo, no pueda terminarlo sin la ayuda de otro, no se sigue que no transmita su influjo y su impulso al objeto paciente, como podemos ver en el arte de la lucha, pues aquel que lucha contra otro por quien no puede ser superado, ni vencido, sin embargo, en mismo experimenta el influjo y el impulso de su adversario─, así también, aunque sin el influjo de Dios sobre el agua, el fuego no pueda calentarla, sin embargo, puede transmitirle su influjo y su impulso, aunque no basten para producir calor sin el influjo de Dios. Ciertamente, afirmar que, sin el concurso general de Dios, el fuego puede de por transmitir algo, es peligroso en materia de fe, porque sin el concurso general de Dios no puede hacer absolutamente nada.
2. Sobre este argumento, debemos negar que, dada la hipótesis que plantea, el fuego pudiese transmitir al agua su influjo y su impulso. Pues no qué otra cosa pueda ser el influjo del fuego sobre el agua salvo un calentamiento procedente del fuego. Exceptuando la propia eficacia natural del fuego para calentar, es decir, el calor del fuego, que es una inclinación y un impulso natural dirigido a calentar ─si se dan las demás condiciones requeridas para ello─, no qué otra cosa pueda ser el impulso del fuego sobre el agua salvo el propio calentamiento. Por este motivo, si el calentamiento por medio del cual el fuego calienta el agua, no puede producirse sin la cooperación y el concurso universal de Dios en el agua, tampoco el influjo ni el impulso del fuego para calentar, podrán producirse sin este concurso de Dios. Pero quienes argumentan del modo mencionado, parecen sostener que el influjo y el impulso del fuego para calentar el agua son algo distinto del calentamiento e, igualmente, que el calentamiento es efecto suyo, con tal de que el influjo y el impulso del fuego venzan la resistencia del agua, como también parece colegirse de los ejemplos y de las demostraciones que añaden. Pero parece ridículo afirmar que, pese a que un objeto caliente no pueda calentar a uno frío, por no poder vencer la resistencia del frío, no obstante, imprima algún influjo y algún impulso sobre el objeto frío; asimismo, es ridículo afirmar que, cuando el objeto caliente calienta al frío y vence su resistencia, imprima sobre él, por prioridad natural, un influjo y un impulso de los que se seguirá el calentamiento, porque la eficacia de este impulso e influjo sería mayor que la resistencia del frío, como parecen afirmar los defensores de este argumento. Ahora bien, aunque lo admitamos gratuitamente, este argumento carece de fuerza para refutar nuestra tesis. Pues en tal caso el impulso y el influjo previos serían una acción del fuego sobre el agua distinta del calentamiento posterior; pero esta acción podría producirse alguna vez sin calentamiento. Como para cada acción y efecto particulares se requiere el concurso universal de Dios, del mismo modo que el calentamiento que se sigue de este influjo e impulso necesita de un concurso especial de Dios para producirse, así también, el influjo e impulso previos del fuego sobre el agua necesitan de otro concurso general de Dios para poder imprimirse sobre el agua.
A los ejemplos y demostraciones que aducen, debemos decir que la lucha y el impulso de la puerta son casos distintos. Pues en ellos intervienen acciones distintas y, para que cada una de ellas se produzca, necesita de un concurso universal de Dios distinto, junto con la causa segunda de la que se sigue de manera inmediata.
Pues además del acto de la voluntad en virtud del cual alguien quiere abrir una puerta, simultáneamente se produce un acto del apetito sensitivo ─por el que se desea abrirla y se ordena el movimiento de los miembros y la aplicación de la virtud motiva por medio del movimiento de los espíritus vitales o animales, de los nervios, de los músculos, &c.─ y, finalmente, se produce la aplicación y el acto de asir la puerta por parte de los miembros del hombre, gracias a su fuerza interna. Todas estas acciones requieren unos concursos universales de Dios distintos y particulares hasta tal punto que, aunque Dios haya concurrido en acciones anteriores, con tal de que deniegue su concurso para la siguiente acción, ésta no se producirá de ninguna manera. Además, del acto de asir la puerta e impulsarla ésta recibe una fuerza y un impulso ─concentrados en la parte de la puerta por donde debe abrirse─ que se asemejan a la fuerza en virtud de la cual la piedra que acabamos de lanzar con la mano toma una trayectoria ascendente. La fuerza y el impulso producidos serán mayores o menores en tanto en cuanto la fuerza impulsora haya sido mayor o menor. Pero la fuerza que imprimimos en la puerta, es una cualidad cuya producción, aunque proceda de un movimiento local y del acto de asimiento por parte de los miembros, no obstante, es una alteración que en realidad es idéntica a la cualidad producida; para que la producción de esta fuerza, considerada como acción, difiera de las anteriores, es necesario otro concurso universal de Dios. Si esta cualidad y esta impresión vencen la resistencia que impide que la puerta se abra, se producirá el movimiento local de la puerta en virtud de esa fuerza como instrumento eficiente de la producción de este movimiento. Es evidente que, para que este movimiento se produzca, es necesario otro concurso universal de Dios distinto; pero en caso de que Dios lo deniegue, la fuerza impresa en la puerta no logrará abrirla.
Algo parecido sucede en el caso de la lucha o cuando ponemos una piedra sobre la mano; pues el peso de la piedra produce un impulso hacia abajo y una fuerza sobre la mano en virtud de las cuales, si la resistencia de la mano resulta vencida, la piedra moverá la mano hacia abajo con un movimiento que diferirá de la propia impresión.
Aunque la fuerza y el impulso por acción previa necesariamente preceden al movimiento local ─sobre todo al violento─, sin embargo, las alteraciones producidas por las cuatro cualidades primeras, no requieren ninguna acción previa que anteceda en el tiempo o por naturaleza a las propias alteraciones ─es decir, calentamientos, enfriamientos, &c.─, sino que estas alteraciones emanan desde el objeto agente hacia el objeto paciente y éste las recibe sin ningún influjo, impulso o acción previos, porque la actividad del objeto agente es mayor que la resistencia del objeto paciente.
3. También argumentan de la siguiente manera: Hay un principio en filosofía, según el cual, las causas segundas y cualquier agente creado son más perfectos cuando están en acto segundo ─esto es, obrando─ que cuando sólo están en acto primero, es decir, sólo en potencia y con la virtud de obrar. Por tanto, cuando actúan y obran en acto, adquieren alguna cualidad o perfección, por medio de la cual se perfeccionan. Esta perfección en el fuego que calienta agua, no puede ser el propio calentamiento, porque esta acción no reside en el objeto agente, sino que la recibe el objeto paciente, y actuar no implica recibir en mismo una perfección, sino más bien difundir la perfección propia y comunicarla al objeto sujeto a cambio; por esta razón, sólo el influjo divino mueve al fuego y le transmite la fuerza para que pueda calentar. Por tanto, el concurso general de Dios con el fuego para el calentamiento del agua, es un influjo de Dios sobre el fuego ─por el que éste se hace en mismo capaz de calentar─ que por naturaleza antecede al calentamiento.
4. A este argumento debemos responder que ningún filósofo ha expuesto este principio; además, tampoco puede aplicarse a cualquier agente, sino tan sólo a los agentes que actúan por medio de una acción inmanente, con respecto a los cuales tanto el principio de obrar, como la propia operación, son actos, es decir, formas que residen en los propios agentes. Pero el acto que antecede a otro se denomina «acto primero» y es la forma anterior del agente; el acto que le sigue se denomina «acto segundo» y es la forma posterior. Entre los propios principios de las operaciones, el alma es acto primero respecto del entendimiento; el entendimiento es acto primero respecto de la especie inteligible que lo informa para que entienda; y la propia especie inteligible es acto primero respecto de la intelección, que, como es una operación inmanente, es el acto y la forma posterior del propio entendimiento y, por ello, se le considera acto segundo suyo. Pero en cuanto al agente de acción transeúnte, nunca hemos oído a ningún filósofo decir que su operación o acción sea acto segundo suyo. Por tanto, como la operación inmanente es una perfección propia del agente por medio de la cual se actualiza, se informa y se perfecciona, y como cada uno de estos agentes de acción transeúnte, al menos en relación al principio y a la potencia en virtud de las cuales ejercen esta operación, están en potencia pasiva para perfeccionarse por medio de esta operación suya, con razón los filósofos dicen de estos agentes que son más perfectos cuando están en acto segundo que cuando están en acto primero. Pero aunque los agentes de acción transeúnte ─como leemos en De coelo, lib. 2, cap. 3─ existan en función de sus operaciones naturales, sin embargo, como no existen para perfeccionarse por medio de ellas, sino, más bien, para perfeccionar otras cosas y servir a las distintas necesidades de los hombres, los filósofos no dicen que cuando operan sean más perfectos en mismos que antes de hacerlo; además, tampoco puede considerarse que la operación de estos agentes sea acto segundo de los mismos. Pues es ridículo pensar que los filósofos afirmen que los agentes son más perfectos cuando están en acto segundo que cuando están en acto primero a causa de la fuerza y del influjo que Dios les transmite para obrar ─fuerza e influjo de Dios, por cierto, que el entendimiento de quienes así razonan nunca recibe─ y no, más bien, a causa de la propia operación, que es una perfección de los agentes que actúan por acción inmanente.
5. También podemos argumentar de la siguiente manera. En primer lugar: Como admiten los defensores del parecer contrario, este movimiento y esta fuerza son algo creado y principio próximo de la acción de calentar junto con la virtud propia del fuego que coopera en el calentamiento del agua. Por tanto, son causa segunda y no causa primera y, en consecuencia, necesitan de un nuevo concurso general. Pues Dios no puede producir una causa segunda ─ya sea natural o sobrenatural, ya sea próxima o remota─ que pueda realizar alguna acción o efecto sin el concurso general divino, porque esto sería contradictorio.
6. En segundo lugar: La unión de la eficacia natural y propia del fuego con el movimiento y la fuerza que Dios le transmite, es una fuerza limitada, fija y determinada en su obrar, porque es algo creado. Por tanto, ¿qué impide que Dios confiera a algún agente esta misma fuerza o incluso una mayor, de tal manera que le sea propia y natural? De este modo, este agente natural podría producir su efecto sin la cooperación del concurso general de Dios, siempre que este concurso general fuese un influjo sobre el agente y no, más bien, junto con el agente sobre el objeto paciente, porque no puede haber absolutamente nada cuya conservación ─siendo esto lo primero que debe producirse─ no dependa del ser que Dios confiere de manera inmediata junto con las causas segundas.
7. En tercer lugar: Si el concurso general de Dios con el fuego para calentar el agua, fuese una fuerza que Dios transmite al fuego, entonces esta fuerza ─una vez transmitida al fuego y perseverando en él─ no sería un agente natural que actuase por necesidad de naturaleza en menor medida que el propio calor del fuego y, por ello, del mismo modo que, sin un nuevo concurso general de Dios, calentaría el agua, así también, calentaría cualquier otra cosa que al mismo tiempo se le acercase, siguiéndose de aquí que Dios no podría sustraer del fuego o de cualquier otro agente natural su concurso general para una sola acción, sin sustraerlo para todas las demás; sin embargo, no parece que esto sea admisible.