Concordia do Livre Arbítrio - Parte I 5
Parte I - Sobre as capacidades do livre-arbítrio para praticar o bem
Disputa V: Qué puede hacer el libre arbitrio una vez abandonado el estado de inocencia y sólo con el concurso general de Dios, con respecto a cada una de las acciones que no transcienden un fin natural
1. Para pasar a considerar las fuerzas del libre arbitrio en el hombre ─ya se encuentre en estado de desnudez, ya se encuentre caído en pecado─, vamos a comenzar presentando la siguiente conclusión: sólo con el concurso general de Dios y sin otro don, ni auxilio de la gracia, el hombre puede realizar una obra moral buena, dirigida a un fin natural y que, en relación a este fin, sea verdaderamente buena y virtuosa, pero no porque esta obra se ajuste a un fin sobrenatural y, en relación a este fin, pueda considerarse un bien sin más y una obra virtuosa.
En nuestra siguiente disputa, vamos a demostrar la segunda parte de esta conclusión; la primera es doctrina común entre los escolásticos, si excluimos a Gregorio de Rímini, a Juan Capreolo y a otros pocos que piensan que, en el estado de naturaleza caída en pecado, el libre arbitrio carece de fuerzas para realizar una obra moral buena sin el auxilio especial de Dios. La primera parte de la conclusión es también conforme al parecer de los Padres de la Iglesia, a pesar de lo que digan algunos.
2. La primera parte de la conclusión se puede demostrar de la siguiente manera: El hombre posee una luz natural para conocer qué es honesto, apropiado y conforme a la recta razón, como muestra la propia experiencia y se atestigua en Salmos, IV, 6, donde dice el profeta: «Muchos dicen: ¿Quién nos hará ver la dicha?»; y acto seguido añade: «¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro!». Pues hemos sido creados a su imagen y, por ello, sabemos qué es bueno y honesto; más aún, puesto que sabemos tal cosa haciendo uso de razón, apartarse de la recta razón es un acto culposo y un pecado, en el que no pueden caer los niños y los dementes, cuando cometen algún acto nefando, sólo por esta causa, a saber: porque no pueden discernir entre el bien y el mal morales. Por tanto, ya que al realizar muchos actos buenos ─como honrar a nuestros padres, dar limosna al pobre por conmiseración hacia él, cumplir con el débito conyugal y muchos otros que atañen a otras virtudes morales─, no experimentamos una dificultad tal que no podamos voluntariamente decidir y realizar estos actos con facilidad, de aquí se sigue que no sólo podamos querer, sino que también podemos realizar obras morales semejantes sólo con el concurso general de Dios y las fuerzas naturales de nuestro libre arbitrio. En efecto, sería asombroso que hubiésemos sido creados con vistas a un fin natural y, sin embargo, no pudiéramos realizar ningún acto honesto con nuestras propias fuerzas y sólo con el concurso general de Dios.
3. A esto Gregorio de Rímini responde: «Para que estas obras sean buenas moralmente, es necesario que se dirijan a Dios como fin último; pero el hombre no puede hacer esto sin el auxilio especial de Dios». Sin embargo, como cada virtud reclama para sí una bondad moral propia según su propio objeto y su fin inmediato, así como distinguirse de cualquier otra virtud, aunque no en términos de una superioridad virtuosa en relación a un fin superior, ¿quién puede no ver que esta relación no es necesaria para que un acto alcance la bondad moral de una virtud ─por ejemplo, de la misericordia o de la justicia─, sino que basta con que este acto se dirija a Dios de modo virtuoso? De este modo, al igual que todos los bienes, en virtud de sus propias naturalezas y de la preordenación divina, existen por un fin último, así también, son queridos de manera virtuosa por un fin último, porque son queridos en cuanto tales. Añádase que, puesto que el hombre sabe por luz natural que Dios es causa primera y fin último de todas las cosas ─como nos consta por la Epístola a los romanos, cap. 1─, el libre arbitrio, gracias a sus fuerzas naturales y tan sólo con el concurso general divino, puede dirigir estos actos hacia Dios una vez conocido por luz natural; esto es suficiente para que dichos actos sean buenos moralmente en relación a un fin natural.
4. Esta misma conclusión puede demostrarse a partir del siguiente pasaje de la Epístola a los romanos, II, 14-15: «Cuando los gentiles, que no tienen ley (es decir, escrita), cumplen de manera natural las prescripciones de la ley, sin tener ley para sí mismos son ley, como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón». He aquí que San Pablo dice que los gentiles a veces cumplen de manera natural ─es decir, sólo en virtud de las fuerzas de su naturaleza─ las prescripciones de la ley, que a todas luces son bienes morales dirigidos a un fin natural.
5. Cuando San Agustín ─o quienquiera que sea el autor del Hypognosticon, lib. 3─ enseña que, en el estado de inocencia, el primer padre estuvo en posesión de una libertad plena para hacer también el bien sobrenatural y merecer y alcanzar la vida eterna, aunque perdiera ─tanto para él, como para nosotros─ esta libertad para hacer el bien, y cuando enseña que, a través de Cristo, obtenemos los auxilios y dones de la gracia para que podamos obrar el bien sobrenatural, está defendiendo a todas luces la misma conclusión que nosotros, porque termina de la siguiente manera: «Declaremos que todos los hombres poseen libre arbitrio con juicio de razón, aunque éste no pueda comenzar o finalizar sin asistencia divina todo lo que se dirige a Dios como fin, sino tan sólo realizar las obras de la vida presente, tanto buenas como malas. Llamo buenas obras a las que nacen de un bien natural: a saber, querer trabajar el campo, querer comer y beber, querer tener amigos, querer tener vestidos, querer construir una casa, querer casarse, alimentar el ganado, aprender el arte de las distintas cosas buenas, querer cualquier bien que tenga como fin la vida presente; todas estas obras no pueden durar sin el gobernalle divino; más aún, nacen y duran por Dios y a través de Dios. Llamo ‘malas obras’ a actos como querer adorar ídolos, querer cometer homicidio, &c.». Así habla San Agustín. Ahora bien, como no niega que el hombre, en virtud de su libre arbitrio y sin el auxilio especial de la gracia, pueda querer comer tal como le dicta la recta razón y en la medida de su dictado, sino que, más aún, lo afirma con claridad ─porque comer más allá de los límites que dicta la razón, debe considerarse un mal─, por ello, declara abiertamente que, sin el auxilio de la gracia, podemos realizar este acto de templanza y otras obras moralmente buenas y dirigidas tan sólo a un fin natural, sobre todo cuando dice que, en ausencia de gracia, el libre arbitrio puede querer cualquier bien que tenga como fin la vida presente, excluyendo únicamente el bien que tiene como fin a Dios ─en tanto que se trata de un fin sobrenatural─, porque un bien tal debe ser sobrenatural o haberse elevado al orden de los bienes sobrenaturales por medio de algún bien sobrenatural.
San Agustín también sostiene esta misma conclusión, todavía con mayor claridad, en De spiritu et littera (capítulo 28 y anteriores y posteriores a éste), donde, aunque explique que, a través de la gracia de Cristo, nosotros recibimos nuestra justificación y realizamos buenas obras y, además, que no hay justicia por ley natural, ni por ley escrita, sin embargo, afirma que el pecado no ha borrado de nosotros la imagen de Dios hasta tal punto que, mientras estamos en pecado y viviendo en el mal, no podamos hacer algunas buenas obras, como dice San Pablo en el pasaje citado de su Epístola a los romanos (II, 14-15). Por esta razón, San Agustín dice: «Del mismo modo que algunos pecados veniales, sin los que es imposible discurrir por esta vida, no le impiden al justo alcanzar la vida eterna, así también, para alcanzar esta vida, de nada le sirven al impío algunas buenas obras, de las que ni siquiera la vida de los peores hombres está exenta».
El Concilio de Trento (ses. 6, can. 1) parece defender la misma conclusión, porque, cuando define que las obras morales buenas no bastan para la justificación del hombre sin la gracia divina a través de Jesucristo, declara que puede haber obras morales buenas que sólo se den por virtud de la naturaleza humana o por enseñanza de la ley.