Concordia do Livre Arbítrio - Parte I 21
Parte I - Sobre as capacidades do livre-arbítrio para praticar o bem
Disputa XXI: En la que explicamos otros pasajes de las Sagradas Escrituras y mostramos que no son contrarios a la libertad de arbitrio
1. Por todo lo que hemos dicho hasta el momento en nuestros comentarios a este artículo, es fácil entender que, como Dios forma y dispone al hombre para la vida eterna, en las Sagradas Escrituras aparezca comparado con el barro en manos del alfarero, sin que esto contradiga su libertad de arbitrio.
En efecto, como ya hemos explicado que, sólo en virtud de sus fuerzas, el hombre no puede hacer nada conducente hacia la vida eterna, sino que, por el contrario, para que pueda alcanzar los dones habituales de fe, esperanza y caridad o de la gracia que convierte en agraciado ─siendo Dios el único que confiere estos dones, en los que reside el don de la justificación─, es necesario que Dios lo prevenga, lo atraiga y lo asista con ayuda sobrenatural de tal manera que logre disponerse en la medida necesaria para recibir estos dones; asimismo, como ya hemos explicado que, una vez que el hombre ha alcanzado el don de la justificación, del auxilio cotidiano de Dios depende no sólo que el hombre crezca en él, sino también que persevere en él y resulte vencedor de las numerosas y tan difíciles asechanzas que le salen al paso en esta vida; por todo ello, aunque por medio de su libre arbitrio coopere en su salvación ─en la medida en que ya hemos explicado─ y Dios le deje extender su mano hacia lo que quiera, no obstante, con razón se dice en las Sagradas Escrituras que su relación con Dios es como la del barro con el alfarero. Pero esto no sólo se dice porque Dios sea el artífice y la causa principal que ─conforme a su beneplácito─ imprime esta forma en la naturaleza del hombre, sino también porque, con su predestinación eterna y su misericordia, prepara para algunos hombres estos dones y estas circunstancias de cosas y, en el momento oportuno, de hecho se los concede a aquellos que, según prevé, se convertirán ─por medio de su libre arbitrio, aunque ayudados por la misericordia divina─ en vasijas para usos nobles, es decir, dignos de la vida eterna, a pesar de que en su potestad estaría convertirse en vasijas para usos despreciables y destinadas a una muerte eterna; en cuanto a los demás, decide ─por su voluntad libre y eterna y con juicio justo, pero inescrutable─ conferirles únicamente unos dones y prepararles unas circunstancias de cosas tales que, si no dependiese de ellos o del primer padre ─añado esto por los pequeños que mueren sólo en pecado original─, se convertirían en vasijas destinadas a usos nobles, para cuyo fin Dios habría decidido crearlos junto con los demás; sin embargo, aun sabiendo que ─por su propia culpa o por la del primer padre─ se convertirán en vasijas modeladas para la muerte y que no alcanzarán el fin que todos los hombres tienen en común, no por ello deja de crearlos, sino que, por el contrario, precisamente porque decide crearlos permitiendo todos los males que, según prevé, realizarán de modo culposo, ordena todo esto con vistas a otros fines mejores, en virtud de su sabiduría y bondad infinitas, como explicaremos más adelante, en nuestros comentarios a la cuestión 23.
2. Además de los testimonios de las Sagradas Escrituras que ofrecemos tanto en esta disputa, como en la disputa 18 y en otras, aquí también tendríamos que explicar algunos otros que, en cierto modo, parecen ser contrarios a la libertad de nuestro arbitrio. Pero como esta explicación será más sencilla una vez presentados los fundamentos en virtud de los cuales se entenderán con mayor facilidad, de momento vamos a retrasarla.
3. No obstante, aquí sólo voy a explicar el pasaje de Proverbios, XXI, 1: «El corazón del rey en la mano de Dios, que Él dirige a donde le place»; este pasaje no requiere otros fundamentos que los que ya hemos ofrecido. Aquí leemos que el corazón del rey ─que en este mundo sólo puede ser obligado por el temor del castigo y la esperanza de la recompensa y, por esta razón, se doblega hacia un lado o hacia otro con mayor dificultad que el corazón de cualquier otro─ está en manos de Dios, porque lo inclina a donde le place; esto es, a donde Él quiere; es decir, lo atrae suavemente hacia un lado o hacia otro con sus dones y auxilios, sin dañar el derecho íntegro de su libertad innata. El corazón del rey también está en las manos divinas, porque Dios puede inferirle la necesidad de querer lo mismo que Él quiere que quiera, como hemos explicado en nuestros comentarios a la Summa Theologica, I-II, q. 6; ahora bien, Dios no suele hacer uso de esta potestad, sino que acostumbra a dejar a los hombres en manos de su propia voluntad.
Además, debemos señalar que Dios no puede desviar al hombre hacia el mal y hacia el pecado, como da a entender con sus palabras el sabio autor de este pasaje; ahora bien, puede permitir los males y las tentaciones y ocasiones de pecar, con objeto de que se sigan bienes mayores, como explicaremos en su momento. Por tanto, este pasaje no niega de ningún modo la libertad de nuestro arbitrio.