Concordia do Livre Arbítrio - Parte I 20

Parte I - Sobre as capacidades do livre-arbítrio para praticar o bem

Disputa XX: Cómo conciliar la potencia para evitar en cada caso cada uno de los pecados, tanto veniales, como mortales, con la impotencia para evitarlos todos en conjunto

1. Alguien podrá objetar que de ningún modo puede suceder que, en posesión de la libertad para evitar cada uno de los pecados veniales, el hombre no pueda perseverar durante un largo espacio de tiempo sin caer en pecado venial; también objetará que no resulta coherente que el hombre, en posesión de libertad para evitar en cada caso ─en virtud de las fuerzas naturales de su libre arbitrio─ cada uno de los pecados mortales y para superar cada una de las tentaciones, no pueda ─sin el auxilio de Dios y durante un largo espacio de tiempo─ superar en conjunto todas las tentaciones y precaverse de todos los pecados mortales; en consecuencia, lo que hemos dicho en las disputas anteriores se contradiría entre sí.
2. Presentará el siguiente argumento. Si el hombre ─con sus fuerzas naturales y sólo con el concurso general de Dios─ no pudiera durante un largo espacio de tiempo superar todas las tentaciones en conjunto y refrenarse de caer en cualquier pecado mortal, entonces habría que admitir que o bien habría un espacio de tiempo total durante el cual no podría refrenarse y en cualquier espacio de tiempo menor podría o bien habría un espacio de tiempo total en el que podría refrenarse y en cualquier otro mayor no podría.
Demostración: Tomemos un espacio de tiempo amplio, como treinta o cuarenta años. Todos coincidirán en que, durante este espacio de tiempo, sin el auxilio especial de Dios nadie podría perseverar sin caer en pecado mortal.
Entonces preguntará: Si restamos una hora a ese espacio de tiempo, ¿podrá durante el espacio de tiempo restante perseverar sin caer en pecado mortal o no? Si la respuesta es negativa, preguntará otra vez: Si restamos de nuevo una hora, ¿podrá perseverar durante el espacio de tiempo restante? Y seguirá formulando la misma pregunta hasta que o bien consuma todo el espacio de tiempo dado, o bien el espacio de tiempo que quede sea tan exiguo que, finalmente, restándole una hora más, pueda perseverar durante todo este espacio de tiempo sin caer en pecado mortal. Entonces preguntará si acaso restándole media hora, podría perseverar. Tanto si la respuesta es positiva, como negativa, procedamos, en primer lugar, a dividir esta media hora en partes proporcionales y añadámoslas una a una al espacio de tiempo del que esta media hora se restó; en segundo lugar, dividamos en partes proporcionales la otra media hora que no se restó y suprimamos una a una estas partes proporcionales de este espacio de tiempo; así llegaremos, en el primer caso, a un espacio de tiempo en el que no podrá perseverar y en cualquier espacio de tiempo menor podrá; y, en el segundo caso, llegaremos a un espacio de tiempo tal que en él podrá perseverar y en cualquier espacio de tiempo mayor no podrá; esto es lo que había que demostrar.
De nada sirve decir que nadie sabe durante cuánto tiempo no podrá perseverar, porque en función de la naturaleza de cada cosa tendríamos un espacio de tiempo determinado, como parece demostrar el argumento, sin que a Dios se le oculte de ningún modo su duración. Por tanto, supongamos que la duración de este espacio de tiempo es una u otra; así se hará evidente la fuerza del argumento y también que la potencia para superar en cada caso cada uno de los pecados no se puede conciliar con una impotencia para superarlos todos en conjunto durante un largo espacio de tiempo. Esto supuesto, la demostración es fácil.
Si decimos que hay un espacio de tiempo en el que no puede perseverar sin caer en pecado mortal y que en cualquier espacio de tiempo menor puede, entonces podrá perseverar hasta la última milésima del último segundo o hasta un momento incluso posterior; esto supuesto, necesariamente pecará mortalmente en la acción singular que realice en este brevísimo espacio de tiempo; en consecuencia, no puede haber una necesidad de pecar mortalmente dentro de un espacio de tiempo determinado sin que necesariamente se caiga en pecado por medio de alguna acción singular. Más aún, puesto que es contradictorio que alguien peque por necesidad realizando alguna acción singular ─pues es contradictorio que una obra singular sea pecaminosa y en el libre arbitrio no esté la posibilidad de evitarla en ese momento─, de aquí se sigue que no pecará al realizar esta acción y, en consecuencia, no pecará durante la totalidad del espacio de tiempo en el que, según hemos dicho, necesariamente caerá en pecado mortal.
Pero si decimos que hay un espacio de tiempo total durante el cual el hombre puede no pecar mortalmente y que en cualquier espacio de tiempo mayor no puede, entonces la acción singular que realice inmediatamente después de que este espacio de tiempo haya transcurrido, necesariamente será pecado y de nuevo podremos formular el mismo argumento. Pero en la acción debemos incluir la omisión. Ciertamente, poco importa que, por acción o por omisión, el hombre peque en un momento determinado o con una tardanza determinada dentro de un espacio de tiempo.
Este mismo argumento puede proponerse a propósito de los pecados veniales, de los que también dijimos que no pueden evitarse durante un largo espacio de tiempo a pesar del auxilio especial de Dios.
3. Solución de esta dificultad: Debemos advertir que aunque el hombre en estado de naturaleza caída no pueda perseverar con sus propias fuerzas durante un largo espacio de tiempo sin caer en pecado mortal y sin caer en pecado venial, aunque lo asistan auxilios especiales, porque su libre arbitrio padece una debilidad innata tras haber sido despojado de la justicia original, según explicamos en la disputa 3ª, sin embargo, el ejemplo con que los Doctores acostumbran a explicar por qué el hombre en estado de naturaleza íntegra podía realizar ─con anterioridad a su caída─ todas estas cosas, no se ajusta del todo a la cuestión propuesta. Pues sostienen que la relación del hombre en estado de naturaleza caída con el hombre en estado de naturaleza íntegra, es la misma que la del hombre débil y enfermo con el hombre sano y robusto. Por esta razón, del mismo modo que el enfermo no puede hacer todo aquello que puede el sano, sino tan sólo algunas cosas, así también, el hombre en estado de naturaleza caída no puede cumplir durante un largo espacio de tiempo todos los mandamientos de tal modo que evite todos los pecados mortales; no obstante, bien puede cumplir algunos e, incluso, cada uno de ellos de la manera requerida para que, cumpliéndolos, pueda evitar en cada caso cada uno de los pecados mortales. Asimismo, tampoco puede abstenerse durante un largo espacio de tiempo de todo pecado venial, aunque pueda abstenerse de cada uno de ellos en cada caso; sin embargo, el hombre en estado de naturaleza íntegra puede cumplir en conjunto todos los mandamientos durante un espacio de tiempo prolongadísimo y abstenerse de todo pecado mortal y venial.
4. Este ejemplo no se ajusta del todo a la cuestión. Pues hay una diferencia muy grande ─a la que debemos prestar mucha atención en esta cuestión que estamos tratando─ entre el hombre en estado de naturaleza caída respecto a la observancia de aquello que el hombre en estado de naturaleza íntegra puede cumplir, y el hombre débil o enfermo respecto a aquello que él mismo puede realizar, cuando está sano.
En efecto, cuanto más tiempo sufre el hombre débil al obrar, tanto más débil se vuelve para obrar; podrá persistir en su obrar durante un tiempo, hasta que, finalmente, le falten las fuerzas y se vuelva impotente para persistir durante más tiempo en su obrar. Por esta razón, el hombre sano y fuerte puede perdurar en su obrar más tiempo que aquel que está enfermo y débil.
Sin embargo, es totalmente falso que cuando el hombre en estado de naturaleza caída, cumple todos los mandamientos y obra bien, se vuelva más débil para cumplir en adelante los mandamientos y obrar correctamente; por el contrario, de día en día se hace más fuerte y robusto para seguir obrando del mismo modo, en razón de los hábitos que surgen de las acciones ardorosas, sobre todo cuando la observancia de los mandamientos y la perseverancia en las acciones ardorosas no excluyen el cese de las obras, ni la ingesta de alimento y bebida, ni el sueño, ni las diversiones honestas, ni los deleites del alma, gracias a todo lo cual se renuevan las fuerzas naturales del cuerpo. Por tanto, no es cierto que el hombre en estado de naturaleza caída no pueda someterse a los mandamientos y abstenerse de todo pecado durante un largo espacio de tiempo, porque en razón de la propia observancia de los mandamientos este hombre ─habiendo recibido tan sólo el concurso general de Dios─ se haga más débil para seguir haciendo esto y no pueda progresar o porque su libertad para progresar por este camino disminuya por medio de la observancia de los mandamientos y la abstinencia de todo pecado. Por el contrario, de día en día se vuelve más fuerte y, con toda razón, podemos decir que su libertad crece en vez de disminuir.
La razón legítima por la que esto no es posible, es la siguiente: Teniendo en cuenta la fragilidad, el fastidio y la dificultad que la naturaleza humana tiene para vencer tentaciones, desechar deseos y cumplir mandamientos, no puede suceder que cuando el hombre intenta cumplir ─en virtud de su libertad y por propia voluntad─ uno u otro precepto en uno u otro momento de un largo espacio de tiempo, en una o en otra ocasión o dificultad, no sucumba alguna vez y, por ello, peque, a pesar de que en ese momento podría no sucumbir, si así lo quisiera. Así pues, no hay un espacio de tiempo en el que, sólo con el concurso general de Dios, pueda no pecar y en cualquier espacio de tiempo mayor no pueda; del mismo modo, tampoco hay uno en el que no pueda no pecar y en cualquier espacio de tiempo menor pueda, como concluye el argumento que hemos presentado, sobre todo porque a nadie se le puede culpar de algo que ya no puede evitar por haber finalizado el espacio de tiempo en que podía evitar caer en pecado con sus propias fuerzas, a pesar de haber luchado con los vicios, hasta ese momento, con todas sus fuerzas y haberse refrenado de caer en pecado.
5. Por tanto, cuando la Iglesia define que, con sus fuerzas naturales, el hombre no puede perseverar durante un largo espacio de tiempo sin caer en pecado mortal y, por ello, sin transgredir ─libremente y por propia voluntad─ alguno de los preceptos que obligan bajo pecado mortal, y que tampoco puede perseverar durante un largo espacio de tiempo sin caer en pecado venial aunque lo asistan auxilios especiales ─como también afirman los Doctores─, no está hablando de una imposibilidad matemática, sino física y moral, semejante a la que suele percibirse en las cosas sujetas a azar, como inmediatamente vamos a explicar mediante un ejemplo lo más apropiado posible. Esta imposibilidad procede de la dificultad de que algo se produzca de un modo determinado, cuando no es fácil que esto suceda. Pero, en algunas ocasiones, la dificultad que percibimos cuando esto se produce, aumenta tanto que con razón atribuimos a este suceso una imposibilidad mayor o menor en la medida en que su dificultad sea mayor o menor según las circunstancias. Por tanto, cuando la dificultad de algo es tan grande que, a juzgar por el arbitrio de un hombre prudente, nunca se producirá de ningún modo, hablamos de «imposibilidad absoluta»; pero cuando sólo hay una dificultad tal que, a pesar de que algo sea muy difícil, sin embargo, puede producirse ─aunque en muy pocas ocasiones─, también hablamos de «imposibilidad», pero no en el mismo grado, ni en los mismos términos absolutos que en el primer caso. Esto no es ajeno a las enseñanzas de Aristóteles. Pues en De coelo (lib. 1, cap. 11) dice: «La imposibilidad (a saber, de que algo se produzca)se dice de dos modos: o porque no es cierto decir que pueda producirse, o porque no puede producirse fácilmente, ni rápidamente, ni bien».
Por tanto, la imposibilidad de la que hablamos no es otra cosa que una dificultad tan grande de que algo se produzca que, considerando las circunstancias con prudencia, con razón juzgamos que no puede producirse. Por consiguiente, considerando la fragilidad del hombre en estado de naturaleza caída, así como las numerosas ocasiones, tentaciones, fastidios y dificultades que debe superar para evitar todos los pecados mortales y no transgredir ninguno de los preceptos que obligan bajo pecado mortal, puesto que es difícil que, abandonado a sus propias fuerzas, no sucumba libremente en alguna ocasión y no viole algún precepto ─siendo esto tanto más difícil cuanto mayor sea el espacio de tiempo y cuanto más numerosas y difíciles se le presenten las tentaciones, ocasiones y dificultades que debe superar─, en consecuencia, podemos establecer un espacio de tiempo tan largo que juzguemos con prudencia y de manera razonable que de ningún modo puede suceder que, presentándosele en algún momento indeterminado de este espacio de tiempo una u otra tentación o dificultad contra uno u otro precepto, no caiga libremente, a pesar de que, habiendo sido nosotros mismos quienes hemos fijado con prudencia este espacio de tiempo, al mismo tiempo también juzgaremos que ─manteniéndose iguales las demás circunstancias─ la dificultad a la mitad o al final de este espacio de tiempo no es mayor que al principio y que este hombre es tan libre y tan capaz de no pecar en cualquier momento del espacio de tiempo al que haya llegado sin haber caído en pecado, como al principio. Por otra parte, en función de la calidad, la frecuencia y la magnitud de las ocasiones y dificultades que se presentan con mayor frecuencia en un momento que en otro y a uno antes que a otro y considerando otras circunstancias concurrentes, tendremos que establecer con prudencia no sólo un espacio de tiempo en el que de ningún modo pueda suceder que, en razón de su libertad, un hombre no caiga en pecado mortal o venial, sino también un espacio de tiempo en el que sólo raramente pueda evitar caer en pecado y además con mucha dificultad.
6. Para explicar esta imposibilidad, podemos tomar un ejemplo muy adecuado a partir del símil que Aristóteles presenta en De coelo (lib. 2, cap. 12): «Actuar correctamente en muchas ocasiones o con frecuencia, es difícil, del mismo modo que es imposible lanzar mil veces la tirada de Quíos, siendo más fácil hacerlo una o dos veces». Con estas palabras, enseña claramente que la repetición ─o la suma─ de sucesos que fácilmente pueden producirse una vez, hace que, con seguridad, sea más difícil que se produzcan sucesivamente de la misma manera; en efecto, si tomamos un número suficientemente grande de sucesos, resultará imposible que todos sean iguales. Para seguir con el ejemplo propuesto, si lanzamos el dado una o dos veces, resultará fácil obtener la tirada de Venus ─también llamada de Quíos─, que para los antiguos designaba el número siete y ganaban seis. Sin embargo, cuantos más dados lancemos simultáneamente o cuantas más veces lancemos un mismo dado, tanto más difícil resultará que todos ellos caigan simultáneamente bajo el mismo signo o que ese único dado lo haga otras tantas veces. Y si lanzamos mil dados simultáneamente o uno mil veces, será totalmente imposible que todos caigan bajo el mismo signo, como es evidente y fácil de comprobar por propia experiencia. Así pues, las palabras de Aristóteles significan lo siguiente: Actuar muchas veces correctamente o hacerlo con mucha frecuencia, es difícil, del mismo modo que resulta imposible obtener mil veces la tirada de Quíos, es decir, que cada vez que tiramos el dado, caiga bajo el signo de Quíos, tanto si lanzamos mil dados simultáneamente, como si lanzamos uno y el mismo dado mil veces.
7. Por tanto, lo que pretendemos enseñar aquí es lo mismo que Aristóteles intenta enseñar con su ejemplo en el pasaje citado. En efecto, conocedor de la dificultad con que los hombres ─a causa del rechazo de su parte sensitiva─ cumplen su deber y siguen la recta razón en su comportamiento, Aristóteles enseña que no es difícil que cada uno realice sus obras tal como prescribe la recta razón; ahora bien, resulta tanto más difícil no oponerse nunca a la recta razón cuanto más largo es el espacio de tiempo durante el cual hay que actuar y cuanto más numerosas son las acciones a realizar; así pues, siempre podremos establecer un espacio de tiempo tan largo y con tantas acciones a realizar en él, que resulte imposible realizarlas todas en conjunto correctamente, aunque no cada una de ellas por separado, como evidencia claramente el ejemplo de los dados.
8. Aunque este ejemplo resulte apropiado en el caso del lanzamiento simultáneo de muchos dados, porque cuantos más se lancen tanto más difícil será que todos caigan por azar bajo el mismo signo y serían tantos los que podrían lanzarse simultáneamente que resultaría imposible que cayesen por azar bajo el mismo signo ─ahora bien, no podemos fijar un número determinado de dados en función del cual resulte imposible que todos caigan bajo el mismo signo sin que, en función de otro número menor y justo anterior al primero, resulte también imposible que caigan bajo este mismo signo─, no obstante, este ejemplo resultará más apropiado en el caso del lanzamiento sucesivo y en gran número de uno y el mismo dado.
Pues excluyendo el azar fortuito que se percibe cuando, tras ser lanzado, el dado cae bajo uno u otro signo ─pues el azar no interviene en el cumplimiento o en la transgresión de los preceptos, porque dependen de una deliberación─, del mismo modo que puede muy bien suceder que un mismo dado lanzado una o dos veces caiga exactamente bajo el mismo signo, aunque cuantas más veces lo lancemos con tanta mayor dificultad sucederá esto ─y si lo lanzamos mil veces o, para que nadie haga del número motivo de polémica, un millón de veces, resultará totalmente imposible que de modo azaroso caiga siempre bajo el mismo signo; tampoco podemos establecer un número determinado en función del cual esto pueda suceder sin que también resulte posible en función de otro número mayor y justo posterior al primero; además, sea cual sea el número de lanzamientos que realicemos y en función del cual el dado cae bajo el mismo signo, en los siguientes lanzamientos podría caer bajo este mismo signo con tanta facilidad como si nunca antes lo hubiese hecho o quizás, en cierto modo, caería con mayor facilidad a causa de la destreza que el jugador adquiere tras lanzar repetidas veces y obtener el mismo resultado─, así también sucede en el caso que nos ocupa. En efecto, en virtud de sus propias fuerzas, el hombre en estado de naturaleza caída puede muy bien cumplir con cada una de las observancias de los mandamientos en la medida necesaria para evitar el pecado; además, cuanto menor sea el espacio de tiempo establecido para el cumplimiento de los mandamientos, tanto más fácilmente podrá cumplirlos durante la totalidad de este espacio de tiempo; pero cuanto mayor sea, tanto mayor será la dificultad; también es posible establecer un espacio de tiempo tal que no pueda suceder que, en algún momento indeterminado, en razón de su debilidad no transgreda algún precepto libremente y por voluntad propia; ahora bien, sea cual sea el momento del espacio de tiempo al que haya llegado sin transgredir los preceptos, seguirá teniendo libertad, así como capacidad, para no transgredir ningún precepto durante el espacio de tiempo restante, como si ese momento fuese el inicio de todo el tiempo establecido; incluso, en cierto modo, tendría mayor capacidad a causa de la destreza y del hábito adquiridos en virtud de su observancia hasta ese momento.
9. Por todo lo dicho, es evidente que la potestad para evitar en cada caso cada uno de los pecados en cualquier momento de un espacio de tiempo, puede darse junto con la incapacidad para evitarlos a todos ellos en conjunto durante un largo espacio de tiempo; pero una incapacidad tal no es otra cosa que la imposibilidad ─no física, sino moral─ de que algo se produzca de un modo determinado y con mucha frecuencia durante un largo espacio de tiempo. Por esta razón, la debilidad que podemos percibir en el libre arbitrio tras caer en pecado y la imposibilidad que de ella se sigue para cumplir durante un largo espacio de tiempo todos los mandamientos y abstenerse de todo pecado, no suprimen, ni impiden que el arbitrio ─en razón de su libertad y con sus propias fuerzas naturales─ pueda cumplir en cada caso cada uno de los preceptos en la medida necesaria para evitar en cada caso cada uno de los pecados, tanto mortales, como veniales.
10. Todo esto que hemos dicho hasta aquí puede confirmarse con las palabras que leemos en Mateo, XVIII, 7: «Es necesario que vengan escándalos»; porque considerando la fragilidad, la inclinación hacia el mal y la multitud de hombres existentes, no puede suceder que, habiendo tantos hombres, unos u otros no den motivo de escándalo; no obstante: «¡Ay de aquel hombre por quien el escándalo viene!». Como dice San Jerónimo comentando este pasaje: «Puesto que es necesario que haya escándalos en este mundo, todos pueden caer en ellos por sus propios errores». He aquí que, junto con la necesidad genérica de que lleguen escándalos, hay una libertad absoluta para que cada uno se contenga de los escándalos que puede provocar en otros.
11. Por tanto, respecto del argumento que hemos ofrecido al inicio, debemos negar lo siguiente: o habría un espacio de tiempo total durante el cual el hombre no podría refrenarse de caer en pecado mortal y en cualquier espacio de tiempo menor podría, o habría un espacio de tiempo total en el que podría refrenarse y en cualquier otro mayor no podría.
En cuanto a la demostración, debemos decir que estas disminuciones y adiciones de tiempo ─hasta llegar, como suele decirse, a un «mínimo en el que no lo hay» o a un «máximo en el que lo hay»─ carecen de relevancia y no permiten concluir nada en sucesos azarosos; en efecto, como estos sucesos se producen una o más veces de uno o de otro modo según la magnitud de una u otra virtud causal, por esta razón, no podemos deducir causalmente un término determinado y definido matemáticamente, sino que por azar sucede que algunas veces se producen del mismo modo en mayor número ─pero indefinido─ y otras veces en menor número, aunque en algunas ocasiones también sucede que el evento no se produce de este modo ni siquiera una sola vez, en la medida en que ─por así decir─ se produce azarosamente y por casualidad. Esto es así, aunque en ocasiones debamos reconocer en los sucesos cierto componente de destreza y de técnica, porque no sólo de ellas depende el efecto, como ya hemos explicado al hablar del lanzamiento de los dados. Por esta razón, del mismo modo que ninguno de estos efectos es seguro ─pues todos dependen de la fortuna─, tampoco podemos determinar el resultado del lanzamiento de los dados como si no pudiera producirse uno mayor.
Podemos reconocer esto mismo en cada uno de los efectos que dependen del libre arbitrio; sin embargo, sin necesidad de predefinir un espacio de tiempo, de todas las cosas que en cada caso puede hacer, a causa de su debilidad necesariamente no las hará todas. Como en cada caso cualquier defección depende de la libertad de arbitrio, es imposible determinar, ni asegurar matemáticamente, cuándo o en que ocasión se producirá, porque será cuando el propio libre arbitrio decida libremente sucumbir.
Por tanto, del mismo modo que es materia de fe que en esta vida nadie puede llegar a un incremento tan grande de la gracia que no pueda llegar a uno mayor en caso de que quiera obrar con mayor fortaleza en virtud de su libre arbitrio, porque no hay nadie que obre siempre con un impulso tal que no pueda realizar uno mayor ─si así lo quiere─ durante todo el tiempo que discurra su vida en este mundo ─no obstante, es cosa certísima que nadie puede llegar a un grado de magnitud de gracia como el de Jesucristo y su Santísima Madre─, así también, nadie puede perseverar libre de pecado mortal o venial durante un espacio de tiempo sin que ─habiéndolo transitado en su totalidad libre de pecado─ pueda perseverar libre de pecado durante un espacio de tiempo mayor, porque la razón de que pequemos se encuentra en que, en el momento en que lo hacemos, en nuestra potestad está no pecar y seguir perseverando libres de pecado.
12. Por todo lo dicho, es evidente que en esta vida nadie puede ─por medio de su libre arbitrio─ hacer en conjunto durante toda la vida todo aquello que puede hacer en ella por separado, del mismo modo que tampoco el propio Dios puede hacer en conjunto en cualquier momento todo lo que puede hacer por separado en ese momento; de otro modo, su obrar sería infinito y agotaría su potencia, siendo esto manifiestamente contradictorio con su omnipotencia.