Concordia do Livre Arbítrio - Parte IV 2

Parte IV - Sobre a presciência de Deus

Disputa XLVIII: ¿Todo lo que ha existido, existe y existirá en el tiempo está presente para Dios en la eternidad según su propia existencia?

1. Una vez demostrada la contingencia de las cosas, debemos explicar cómo conoce Dios los futuros contingentes y de qué modo concuerda la presciencia que de ellas tiene con la contingencia de las mismas.
Pero antes de discutir la cuestión que aquí presenta Santo Tomás, en las tres disputas siguientes examinaremos los distintos pareceres de los Doctores sobre esta cuestión. Para que en la siguiente disputa podamos discutir de manera más fácil el parecer de Santo Tomás, antes que nada debemos disputar acerca de la dificultad que acabamos de presentar.
2. Como es evidente, tanto en este artículo, como en muchos otros lugares que Capreolo presenta (1, dist. 36, q. 1; dist. 38, q. 1), Santo Tomás afirma que todas las cosas que han existido, existen y existirán en el decurso del tiempo, están desde siempre presentes para Dios en su eternidad según el mismo ser de existencia que ─exteriormente a sus causas─ han poseído, poseen y poseerán en el decurso del tiempo; así, todo lo que acontece sucesivamente en el tiempo, existe simultáneamente en la eternidad con el mismo ser por el que acontecen sucesivamente en el tiempo.
Pues como la eternidad ─y así lo hemos demostrado en nuestros Commentaria in primam D. Thomae partem, q. 10, art. 1, disp. 1, 2 y 4─ es de por una duración que es indivisible en su totalidad y posee unidad simultánea y una amplitud de duración infinita en virtud de la cual coexiste y se corresponde en su totalidad con todo el tiempo y con cada una de sus partes y momentos ─del mismo modo que el alma humana está en su totalidad en todo el cuerpo humano y en cada una de sus partes y del mismo modo que la esencia divina en su totalidad está en el mundo entero e incluso, en su totalidad, también está en el espacio infinito, que exterior al mundo nos imaginamos extendido por doquier, así como en cada de una de sus partes y lugares─, por ello, todo el tiempo y cualquier cosa que exista o acontezca de manera sucesiva en él, coexistirán y acontecerán en el ahora indivisible de la eternidad, antes y después del cual no hay nada; por ello, en el ahora indivisible de la eternidad no se puede reconocer un antes ni un después, ni pasado ni futuro, sino una duración indivisible y simultánea en su totalidad, como hemos demostrado en la disputa 2 citada.
En este sentido, Cayetano, Capreolo (en el lugar citado) y Francisco Silvestre de Ferrara (Commentaria in IV libros D. Thomae contra gentiles, 1, cap. 66 y 67) defienden el parecer que Santo Tomás ofrece en este lugar. Escoto, Durando y otros lo impugnan. Por esta razón, debe rechazarse lo que dicen Silvestre (Conflatus), Herveo y el Hispalense, a saber: las palabras de Santo Tomás no deben entenderse referidas al ser de existencia que las cosas que acontecen de manera sucesiva en el tiempo, poseen desde siempre en la eternidad, sino a su ser objetivo y conocido y a través del cual se las conoce en relación al mismo ser de existencia que poseerán en el decurso del tiempo.
3. Este parecer de Santo Tomás lo impugnan Escoto (In I, dist. 39), Durando (In I, dist. 38, q. 3), Gregorio de Rímini y Gabriel Biel (comentando ambos la distinción 39), Pedro Oriol (en los lugares citados de Capreolo) y otros muchos, en primer lugar: Porque lo que no existe, no puede coexistir con nada; pues la coexistencia requiere la existencia de dos extremos. Pero los futuros todavía no existen y tampoco han existido. Por tanto, no coexisten desde siempre con Dios, ni con la eternidad, y, por ello, no se encuentran presentes para Dios según el ser de existencia que tendrían desde siempre.
4. En segundo lugar: Del mismo modo que la eternidad en Dios abarca todo tiempo, así también, la inmensidad de la esencia divina abarca o alcanza todo lugar. Pero Dios no está presente, ni coexiste con algún lugar, antes de que ese lugar exista, como hemos explicado en nuestros Commentaria in primam D. Thomae partem (q. 8 y 10). Por tanto, la eternidad no está presente, ni coexiste con algún tiempo, antes de que ese tiempo exista; por esta razón, el tiempo futuro que aún no existe, no coexiste, ni se encuentra presente para la eternidad, ni ahora, ni desde siempre.
5. En tercer lugar: Las cosas que no pueden coexistir entre sí, tampoco pueden coexistir con un tercero. Pero el tiempo pretérito y el futuro no pueden coexistir entre simultáneamente. Por tanto, no pueden encontrarse desde siempre en forma de presente para Dios según su ser de existencia, ni coexistir con la eternidad.
6. En cuarto lugar: Si las cosas que acontecen sucesivamente en el tiempo, desde siempre estuviesen presentes simultáneamente en la propia eternidad, entonces cosas contradictorias serían simultáneamente verdaderas en la eternidad, porque cosas contradictorias serían sucesivamente verdaderas en el tiempo ─así, la proposición «Adán existe» habría sido verdadera en algún momento y la proposición «Adán no existe» sería verdadera ahora─; pero esto es absurdo.
7. En quinto lugar: Si las cosas que acontecen sucesivamente en el tiempo, desde siempre estuviesen presentes simultáneamente en la propia eternidad, entonces el no-ser de cualquier cosa generada, no precedería al ser de esta cosa; además, el ser de esta misma cosa aparecería antes de su aparición en el tiempo y, de este modo, aparecería dos veces o no podría aparecer en el tiempo; pero estas dos situaciones son sobremanera absurdas.
8. Para que se entienda en qué sentido puede defenderse esta doctrina de Santo Tomás, hay que saber que las palabras de las que hacemos uso como cópulas en los enunciados, además de su significado principal, indican alguna duración como medida de verdad de los propios enunciados. Pues si se habla de «tiempo presente», se indica una duración presente; si se habla de «tiempo pasado», se indica una duración pasada; y en el caso de «tiempo futuro», se indicará una duración futura.
Por otra parte, la duración presente, en lo que atañe a la cuestión que estamos tratando, puede ser doble, a saber, o bien un tiempo o un momento presente del tiempo o bien la eternidad, que siempre es presente. Pero la duración pasada o futura no puede ser eternidad, porque, considerada en misma, en la eternidad no puede haber pasado, ni futuro.
Por esta razón, tanto la expresión «tiempo pasado», como «tiempo futuro», no indican, ni pueden indicar, eternidad como medida de verdad de proposiciones, sino sólo un tiempo que puede ser pasado o futuro. Por esta razón, el sentido de las proposiciones «Adán existió» y «El Anticristo existirá» es el siguiente: Adán existió en un tiempo pasado y el Anticristo existirá en un tiempo futuro. Pero la palabra «presente» puede indicar, como medida de verdad de proposiciones, tanto un tiempo o un momento de tiempo presente, como la eternidad presente. De ahí que el sentido de la proposición «Adán existe» pueda ser doble. Primero: Adán se encuentra bajo la duración de un tiempo presente o de un momento de tiempo presente; en este sentido la proposición es falsa. Segundo: Adán se encuentra bajo una duración presente, que es la eternidad; en este sentido, la proposición es verdadera, porque Adán se encontraría en el ahora indivisible e infinito de la eternidad, que abarca todo tiempo; en este ahora indivisible e infinito de la eternidad, se encontraría todo lo que existe en el tiempo, aunque en razón de la existencia poseída en el tiempo de su existencia. Pues si nos imaginamos al propio Dios en el ahora indivisible de su eternidad, que supera todo tiempo y abarca la totalidad del tiempo, y le hacemos formar la proposición «Adán se encuentra en este mi ahora de eternidad», puede entenderse fácilmente que esta proposición será verdadera.
Así pues, aunque por lo general solamos tomar las proposiciones referidas al presente en tanto que significando una diferencia de tiempo presente, sin embargo, pueden tomarse en ambos sentidos, especialmente cuando se habla de la existencia de las cosas en la eternidad, como estamos haciendo ahora.
9. Por tanto, una vez expuesto este fundamento, Cayetano (en su comentario a este pasaje) y Capreolo y el Ferrariense (en los lugares citados), dicen que pueden tener un doble sentido las siguientes proposiciones, a saber: «todas las cosas coexisten con Dios»; «todas las cosas existen en la eternidad»; «todas las cosas coexisten simultáneamente con Dios o con la eternidad».
El primer sentido sería tal que las palabras «coexisten» y «existen» indicarían una diferencia de tiempo presente, siendo el sentido de estas proposiciones el siguiente: Todas las cosas en tiempo presente o en un momento de tiempo presente: coexisten con Dios; existen en la eternidad; coexisten simultáneamente con Dios o con la eternidad. Estos autores dicen ─según este sentido─ que tales proposiciones son falsas, porque para que se pueda decir con verdad que una cosa coexiste con otra o que existe en otra, es necesaria la existencia de ambas en una duración que se expresaría por medio de la cópula de la proposición en la que se afirma tal cosa; así pues, como las cosas futuras no existen en un tiempo presente, ni en un momento de un tiempo presente, por esta razón, en ese tiempo no coexisten con Dios ni con la eternidad, ni existen en la eternidad, como es evidente por lo que hemos dicho en nuestros Commentaria in primam D. Thomae partem, q. 10, art. 1 (disp. 2). Léanse también, si a alguien le place, las razones con las que Cayetano demuestra esto mismo en sus comentarios a esta cuestión de Santo Tomás. Parece que los autores que impugnan la doctrina de Santo Tomás, han tomado estas proposiciones en el sentido que acabamos de explicar.
10. Las proposiciones mencionadas pueden tener un segundo sentido, de tal modo que las palabras «coexisten» y «existen» no indicarían un tiempo presente, sino una eternidad siempre presente, siendo el sentido de estas proposiciones el siguiente: todas las cosas en el ahora de la eternidad coexisten con Dios; todas las cosas en el ahora de la eternidad existen en la eternidad; todas las cosas en el ahora de la eternidad coexisten simultáneamente con Dios o con la eternidad, es decir, ni antes ni después ─porque no hay un antes, ni un después de la eternidad─, sino en el propio ahora de la eternidad, indivisible, infinito y que abarca la totalidad del tiempo. Estas proposiciones son verdaderas en este segundo sentido; así las toman Santo Tomás y Boecio (De consolatione philosophiae, lib. 5, prosa última); y así también aparecen frecuentemente en las obras de los Santos, sobre todo en las de San Agustín y San Anselmo.
11. En este mismo sentido, los Santos Padres a veces niegan que en Dios haya propiamente presciencia. En efecto, como en el ahora indivisible de la eternidad, que es la duración propia de la ciencia divina, todas las cosas están presentes y coexisten y en este ahora no hay antes ni después ─de tal modo que, gracias a algo presente en la eternidad, Dios pudiese conocer una cosa antes de que aconteciese─, por esta razón, en Dios no habría presciencia por existencia de las cosas en la eternidad, aunque una vez realizada la comparación en un momento determinado del tiempo, en Dios habría propiamente presciencia, porque conocería las cosas en un tiempo infinito antes de que aconteciesen. La ciencia divina no sufriría variación alguna por el hecho de que las cosas aconteciesen con posterioridad. Así debemos entender a San Agustín en De quaestionibus ad Simplicianum (lib. 2, q. 2), donde dice que la ciencia de Dios no puede considerarse propiamente presciencia con respecto a las cosas que van a suceder en el tiempo. Así también debemos entender a San Anselmo, cuando en De casu diaboli (cap. 21) dice: «La presciencia de Dios no puede denominarse propiamente presciencia, porque aquel para el cual todo es presente, no tiene presciencia de los futuros, sino ciencia de las cosas presentes». Del mismo modo debemos entender a Boecio (De consolatione philosophiae, lib. 5, prosa última), cuando afirma que no se puede decir que en Dios haya propiamente presciencia, sino providencia.
12. Me asombra que Cayetano, respecto a este pasaje, se atribuya como primer descubridor este modo de defender la doctrina de Santo Tomás, cuando antes que él Capreolo ─en los lugares citados─ ya la había defendido de este modo y, además, esta misma distinción la ofrecen Ricardo de Mediavilla (Quodlib. 3, q. 1) y otros anteriores en el tiempo a Cayetano.
13. Sin embargo, debo advertir que no parece que deban admitirse las siguientes proposiciones: «todas las cosas han existido desde siempre en la eternidad»; «todas las cosas han coexistido simultáneamente con Dios o con la eternidad». Pues como las cópulas de estas proposiciones están en tiempo pasado, no pueden indicar, como medida de verdad de estas proposiciones, una duración en la eternidad, en la que no hay pasado, sino solamente una duración de tiempo pasado. No obstante, pueden admitirse las siguientes proposiciones: «todas las cosas coexisten desde siempre con Dios»; «todas las cosas, según su ser de existencia, se encuentran desde siempre presentes para Dios»; «todas las cosas coexisten desde siempre simultáneamente con Dios o con la eternidad», pues todas las cosas coexistirían desde siempre en el ahora de la eternidad y estarían en forma de tiempo presente para Dios y para la eternidad. En este pasaje, Santo Tomás hace uso de estas proposiciones y no de esas otras. También puede admitirse lo siguiente: Desde siempre se ha podido decir con verdad: «todas las cosas se encuentran presentes para Dios o coexisten con Dios»; porque el sentido de esto es: en cualquier tiempo en que se formule la proposición «todas las cosas coexisten con Dios», esta proposición será verdadera y la palabra «coexisten» indicará el ahora de la eternidad.
14. Por tanto, en relación al primer argumento de los adversarios de Santo Tomás, concedidas la mayor y también la menor ─si se pretende decir que los futuros todavía no se encuentran en tiempo presente, ni han estado en tiempo pasado─, debemos negar la consecuencia, si el consecuente se entiende en el sentido de que los futuros no coexisten con Dios, ni con la eternidad, aunque se encuentren en el ahora indivisible de la eternidad, que abarca el tiempo futuro en que acontecerán estos futuros. Pero si en el consecuente la palabra «coexisten» indica una duración de tiempo, dando a entender que los futuros no coexisten con Dios, ni con la eternidad, en un tiempo verdadero o imaginario que haya discurrido desde siempre hasta el momento presente del tiempo, entonces habrá que admitir la consecuencia, porque como en ese tiempo los futuros no habrían acontecido, tampoco habrían podido coexistir en ese momento con Dios, ni con la eternidad. Este es el sentido en que los adversarios de Santo Tomás parecen presentar su crítica, a pesar de que Santo Tomás no enseña lo contrario.
15. Con respecto al segundo argumento, concedidas la mayor y la menor, también habrá que conceder la primera consecuencia. Pues como, para que dos cosas coexistan, se requiere la existencia de las dos, por ello, resulta contradictorio que la eternidad esté presente o coexista con un tiempo ─o viceversa─ antes de que este tiempo exista en mismo ─en caso de que debamos decir que coexiste con la eternidad─ o en la propia eternidad, en caso de que debamos decir que está presente o coexiste con el ahora de la eternidad, que abarca todo tiempo. De ahí que, respecto a lo que se infiere más adelante, si en el consecuente la palabra «coexiste» indica una diferencia de tiempo presente, en el que un tiempo futuro coexiste con la eternidad, entonces también habrá que admitir la segunda consecuencia; además, Santo Tomás no sostiene lo contrario; pero si esta palabra indica la propia eternidad, en la que un tiempo que va a ser futuro con respecto a un momento de tiempo presente, coexiste y se encuentra presente para la propia eternidad, entonces habrá que negar la consecuencia, tanto si el consecuente se formula ahora, como si se formula en cualquier otro tiempo, verdadero o no, en relación a la eternidad; pues en la eternidad así significada por medio de la cópula, en la medida en que abarca el tiempo futuro, ese tiempo está presente y coexiste con la propia eternidad.
16. Con respecto al tercer argumento, la premisa mayor deberá admitirse, si su sentido es el siguiente: las cosas que no pueden coexistir una con otra según la duración propia de cada una de ellas, tampoco podrán coexistir con una tercera en estas mismas duraciones, si se alude a ellas mediante una cópula proposicional según la cual coexistirían con esta tercera cosa; pues en una duración de tiempo en la que un tiempo pasado no puede coexistir con un tiempo futuro, estos tiempos tampoco podrán coexistir simultáneamente con Dios o con la eternidad, como ya hemos explicado. Pero la premisa mayor deberá negarse, si su sentido es el siguiente: las cosas que no pueden coexistir una con otra según la duración propia de cada una de ellas, tampoco pueden coexistir con una tercera cosa en una duración de esta tercera cosa que abarque las duraciones de las otras dos y que se indicaría mediante una cópula proposicional según la cual coexistirían con una tercera; pues el tiempo pasado y el tiempo futuro, que no pueden coexistir uno con otro en ningún tiempo, pueden coexistir en la eternidad ─que abarca ambos tiempos─ con Dios ─cuya eternidad es su duración─ o también con la propia eternidad.
17. Con respecto al cuarto argumento, para que se entienda qué proposiciones con predicados opuestos son verdaderas o falsas cuando las cópulas indican el ahora propio de la eternidad, hay que saber que algunas proposiciones contienen predicados contradictorios, siendo proposiciones afirmativas, como las siguientes: «Sócrates es sedente»; «Sócrates es no-sedente». Pero otras proposiciones son contradictorias, hablando con la mayor propiedad, cuando una es afirmativa y otra negativa, por ejemplo: «Sócrates está sentado»; «Sócrates no está sentado». Pero en ambos casos, como también en cualesquiera otros en los que a una misma cosa se le atribuyen predicados opuestos, para que haya oposición, cuando la cópula indica un ahora temporal, es necesario que indique un mismo ahora temporal; pues una oposición se establece sobre una misma cosa, en términos de esta misma cosa y de un mismo tiempo.
18. Dicho lo cual, hay que saber que, cuando nos encontramos ante proposiciones afirmativas que contienen predicados opuestos, podemos establecer esta diferencia: si las cópulas indican un ahora temporal idéntico, no pueden ser ambas verdaderas; pero si indican un ahora de eternidad idéntico, pueden ser simultáneamente verdaderas. La razón es la siguiente: como todo lo que se predica de alguna cosa en diversos momentos, se predica de ella simultáneamente en el ahora de la eternidad, pudiéndose decir de Sócrates en diversos momentos que está sentado y que no está sentado, que puede ver y que está ciego, que está caliente y que está frío, por ello, todo esto puede atribuírsele con verdad simultáneamente, si las cópulas de las proposiciones indican el ahora idéntico de la eternidad. Por esta razón, cuando las cópulas indican el ahora de la eternidad, las proposiciones afirmativas que contienen predicados opuestos, no se oponen entre sí. Pero cuando las proposiciones se refieren a un mismo sujeto y un mismo predicado y una es afirmativa y otra negativa, entonces se oponen entre sí, tanto si las cópulas indican un ahora temporal idéntico, como si indican el ahora idéntico de la eternidad. De ahí que las siguientes proposiciones sean contradictorias: «Sócrates está sentado»; «Sócrates no está sentado»; tanto si las cópulas indican una ahora temporal idéntico, como si indican el ahora de la eternidad. La razón es la siguiente: la negación posee la virtud de distribuir lo que niega y decir «en la eternidad Sócrates no está sentado» es lo mismo que decir «en la eternidad Sócrates no está sentado de ningún modo», ni en la medida en que la eternidad se corresponde con un momento determinado del tiempo, ni en la medida en que se corresponde con cualquier otro momento. Por esta razón, una vez que Sócrates se ha sentado en algún momento del tiempo, resulta verdadera la siguiente proposición: «En la eternidad Sócrates está sentado». Y es falsa la siguiente: «En la eternidad Sócrates no está sentado». Tampoco se puede establecer la siguiente consecuencia: Sócrates no está sentado en este momento del tiempo; por tanto, no está sentado en la eternidad.
19. Dicho lo cual, es fácil entender que la regla que Aristóteles ofrece en De interpretatione, lib. 2, cap. 1 ─a saber, a partir de una proposición afirmativa indefinida puede concluirse de manera correcta una proposición negativa definida─ no se aplica al caso de las proposiciones cuyas cópulas indican el ahora de la eternidad, pero se aplica al caso de las proposiciones que dan a entender un ahora temporal y que son aquellas a las que refiere Aristóteles en el lugar mencionado. La razón de esto es la siguiente: esta regla posee dicha virtud, porque como predicados contradictorios ─v. gr. «sedente» y «no-sedente»─ no pueden predicarse de un mismo sujeto en un mismo instante del tiempo, por ello, si de modo verdadero se afirma de Sócrates que no está sentado en algún momento del tiempo, de modo verdadero se negará de él que esté sentado en ese mismo instante. Sin embargo, como de Sócrates pueden afirmarse predicados contradictorios en el ahora idéntico de la eternidad ─en la medida en que la eternidad se corresponde con las diversas partes del tiempo─, no se podrá establecer la siguiente consecuencia: En la eternidad Sócrates es no-sedente; por tanto, en la eternidad Sócrates no está sentado.
20. Una vez explicado esto, respecto al argumento mencionado, debemos decir que dichas proposiciones ─que son verdaderas sucesivamente en el tiempo─ no son contradictorias, porque sus cópulas no indican un ahora temporal idéntico, sino ahoras distintos, y para que haya contradicción es necesario que las cópulas indiquen un mismo momento en el tiempo. Si indicasen un instante temporal idéntico, serían contradictorias, pero entonces ambas no podrían ser verdaderas. Por tanto, si las proposiciones que ofrece este argumento indican diversos momentos temporales ─de modo que no serían contradictorias─ y se pretende afirmar que la verdad de ambas proposiciones se da simultáneamente en el ahora de la eternidad ─en la medida en que este ahora abarcaría los diversos momentos del tiempo en los cuales ambas proposiciones serían verdaderas sucesivamente─, entonces habrá que admitir todo y no se seguirá ningún absurdo. Sólo en este sentido puede ser verdadero lo que Cayetano afirma, cuando comenta el pasaje de Santo Tomás, a saber: «No hay ningún inconveniente en que dos enunciados contradictorios según el ahora temporal de cada uno, se den en el ahora idéntico de la eternidad; no obstante, esto se dice de manera impropia». Pero si se pretende afirmar que, cuando las cópulas de estas proposiciones indican el ahora idéntico de la eternidad, del mismo modo que estas proposiciones serían contradictorias, también podrían ser simultáneamente verdaderas en la eternidad, entonces habrá que negar la corrección de la consecuencia del argumento. Pues la proposición negativa sería falsa, porque su sentido sería que Adán no existe de ningún modo en la eternidad, tampoco en la medida en que la eternidad se corresponde con el tiempo en que Adán existió; pero es evidente que esto es falso.
21. Con respecto al quinto argumento, debemos decir que no es absurdo que el no-ser de la cosa que se genera, no preceda al ser de esta cosa en el ahora indivisible de la eternidad, como le precede en el tiempo, porque la eternidad carece de antes y después y existe en su totalidad simultáneamente. Sin embargo, el propio no-ser de la cosa que se genera, no aparece en la eternidad con adecuación, sino sólo en la medida en que la eternidad se corresponde con el tiempo existente antes de que la cosa se genere; tampoco el ser de la cosa que ya se ha generado, aparece con adecuación en esta eternidad, salvo en tanto que se corresponde con el tiempo en que ya se puede decir que se ha generado esta cosa. Respecto a la segunda parte de este argumento, debemos negar lo que se sigue de ella. Pues el ser de la cosa que se genera, no aparece en la eternidad antes que en el tiempo, sino simultáneamente. Pues del mismo modo que, en la duración de la eternidad, este ser no se produce en virtud de una producción distinta, ni por medio de otras causas que aquellas a través de las cuales se produce en el tiempo, tampoco su existencia se debe a otra existencia, ni aparece en la eternidad antes que en el tiempo, sino que, como se produce y existe en el tiempo, por esta razón, coexiste en la eternidad con la que el tiempo coexiste. Por ello, no aparece con adecuación en la eternidad, sino tan sólo en la medida en que la eternidad se corresponde con el tiempo en que esta cosa existe y que la eternidad abarca en virtud de la amplitud indivisible de su duración, que es infinita y simultánea en su totalidad.