Concordia do Livre Arbítrio - Parte III 8
Parte III - Sobre os auxílios da graça
Disputa XLIII: Cuál es el parecer de San Juan Crisóstomo sobre la gracia previniente
1. Creemos que aquí debemos advertir lo siguiente. Aunque Crisóstomo enseñe sobre la gracia casi las mismas cosas que los demás Padres, sin embargo, al igual que San Agustín ─antes de ser obispo y cuando todavía no había examinado y considerado bien esta cuestión, como hizo después de la manera más diligente con ocasión del pelagianismo─ creyó erróneamente, pero sin culpa ninguna, que el inicio de la fe ─es decir, el primer acto de creer─ se debe a nosotros, así también, Crisóstomo, no pudiendo entender de qué manera puede salvaguardarse la libertad de nuestro arbitrio, si Dios previene nuestra elección con su gracia, creyó que la elección por la que, en primer lugar, aceptamos el bien y decidimos obrar el bien, antecede a la propia gracia de Dios y luego le sigue la gracia divina por medio de la cual Dios nos ayuda y coopera con nosotros. De ahí que en la Homilia 12 in Epistolam ad Hebraeos, diga: «No duerme, ni dormita el guardián de Israel; y también: no dejes titubear tu pie. No dijo: no titubees; sino: no dejes… Así pues, en nuestro arbitrio está ese ‘no dejar’ y en ningún otro sitio. Pues si quisiéramos permanecer firmes e inmóviles, no titubearíamos. Por tanto, ¿qué sucede? ¿Nada depende de Dios? Sin duda, todo se debe a Dios, pero no de tal modo que resulte dañado el libre arbitrio. Así pues, si todo se debe a Dios, entonces ¿por qué nos culpamos? Por esta razón, he dicho: pero no de tal modo que resulte dañado el libre arbitrio. Pues actuar está en nuestro arbitrio y en Dios; ciertamente, es necesario que primero nosotros elijamos el bien y luego Él empieza a obrar. No antecede a nuestras voluntades, para no dañar nuestro libre arbitrio; pero cuando ya hemos elegido, nos proporciona una gran ayuda». Un poco más adelante dice: «De nosotros sólo depende la elección y el querer, y de Dios el obrar y el conducir hacia la perfección. Por tanto, como en Él está lo más importante, se ha dicho que de Él depende todo». Afirma lo mismo cuando comenta las palabras de Salmos, CXX, 3: «No dejes que tu pie titubee». Además, es evidente que, por todo lo que hemos dicho hasta ahora, esta doctrina lleva aparejada un error. Sin embargo, como esta cuestión era muy difícil de dilucidar en aquellos tiempos, antes de que se la hubiese sometido a tantas disputas y exámenes, Crisóstomo pudo errar de modo humano, pero no culposo, al no saber distinguir la gracia que llama, previene e incita al libre arbitrio a la buena elección, que el libre arbitro puede frustrar, no consintiendo con ella, o puede hacer que se convierta en gracia cooperante y coadyuvante en nuestras elecciones, consintiendo y cooperando con ella por medio de su influjo libre. Además, Crisóstomo murió veinticinco años antes que San Agustín y que San Jerónimo y las disputas con los pelagianos comenzaron después de su muerte.
2. Si la Homilia de Adam et Eva, que aparece en el primer tomo de las Obrasde Crisóstomo, es suya, sin lugar a dudas, en ella corrige el error mencionado y se muestra totalmente de acuerdo con los Padres. Sin embargo, con razón no se cree que esta homilía sea suya; pues su autor, como es evidente, lee las obras de San Agustín y las disputas de los Padres con los pelagianos, remitiendo a ellas a sus oyentes; además, esta homilía parece escrita como refutación del error de los pelagianos. En ella, dejando de lado casi todo lo que los demás Padres enseñan sobre la gracia, se añaden las siguientes palabras: «Por tanto, con estas reglas y enseñanzas eclesiásticas, tomadas por voluntad divina, hemos sido confirmados para que proclamemos a Dios autor de todas las obras y efectos buenos, así como de todos los deseos y todas las virtudes por medio de los cuales tendemos hacia Dios desde el inicio de la fe. No dudemos de que todos los méritos del hombre proceden de su gracia; así también, en virtud de Dios queremos y hacemos el bien. Pero con este auxilio y don de Dios, no desaparece el libre arbitrio, sino que resulta liberado, para que sea luminoso en vez de tenebroso, recto en vez de torcido, sano en vez de enfermo, previsor en vez de imprudente. Pues la bondad de Dios para con nosotros es tanta que quiere que sus dones sean nuestros méritos y, como retribución de lo que Él mismo nos ha concedido, nos otorga premios eternos. Ciertamente, actúa en nosotros de tal modo que queramos y hagamos lo que quiere. No permite que permanezca ocioso aquello que nos ha donado para que se ejerza y no para que lo descuidemos, a fin de que cooperemos con la gracia de Dios y, si nos apercibimos de que en nosotros algo enferma por propia indolencia, recurramos solícitos a Él, que sana todas nuestras enfermedades y redime a nuestra vida de la muerte, nosotros que todos los días decimos: no nos conduzcas a la tentación, mas líbranos del mal. No tenemos necesidad de ofrecer las partes más profundas y difíciles de las cuestiones que, con más amplitud, trataron quienes se opusieron a los herejes, porque, para confesar la gracia de Dios, a cuya obra y dignidad no puede sustraérseles absolutamente nada, y para no considerar católico lo que aparece como contrario a la doctrina ya fijada, creemos que basta con lo que los escritos apostólicos nos enseñan».